La lectura de este maravilloso libro editado por Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores, Los señores de límite, me vuelve a recordar que hasta en poetas de la altura de W.H Auden (influencia decisiva para, por ejemplo, John Ashbury o mi admiradísimo Gil de Biedma), los momentos de genio vienen y van. Con etapas de una lucidez entre visionaria y psicótica y otras que parecen de un grafómano alucinado con las plantas y los ríos. Auden vino al mundo para quedarse para siempre (aunque algunos quieran olvidar a los poetas de verdad/de la verdad).
Auden posee la magnética capacidad, a veces, como decía, de atraparte en sus palabras, de parecer que están hechas exclusivamente para ti. De jugar con ellas como barro extremadamente maleable. Las palabras están ahí para intentar explicar el mundo, las cosas y las gentes. W.H. Auden sobrevive en nuestras cabezas porque se ha llevado algo de los intangibles, algo que sólo saben hacer los poetas gigantes, ni el pintor, ni el escultor, ni por supuesto el escritor en prosa. Ser poeta es un regalo y una condena de los dioses.
*Los Wavves o la realidad ya sólo es comprensible/aceptable con capas de ruido y feedback. Que no les/nos roben el día.
LA LABOR DEL TERMINATOR: Tomás Soler Borja.
Hace 1 día
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