sábado, 26 de enero de 2013

Sólo es otra mentira más


Sólo los que se sienten perdedores necesitan ganar. Sólo los heridos hacen daño. Las tardes se vuelven largas y nuestras palabras parecen una gran balsa de residuos densos y serrín. Agotados, claro. Ágiles al modo de personajes de ficción, como esos actores que se mueven cómicamente en las películas mudas sin color. Todos dicen alrededor que mejor no ver las noticias, no leer los periódicos en pérdidas, mejor vivir una falsa realidad que apenas se sostiene con tanza muy muy fina. Probablemente los ciudadanos alemanes ante el emergente nacionalsocialismo hacían lo mismo. Luego las niñas del tipo Anna Frank escribían diarios y recordaban lo no dicho, lo no visto, en nombre del resto. Es cruel dejar esa responsabilidad a alguien tan joven e inexperto. Porque las palabras curan, no tanto como los actos, pero curan. Hay valientes y hay cobardes, y no hay ningún término medio. 








Luego ocurren las cosas de todos los días. Los niños van al colegio, aprenden las mismas verdades de siempre y los adultos intentan aparentar que no ocurre absolutamente nada. Sólo es otra mentira más. Como si ese líquido viscoso que está por todas partes no ha llegado a casa. Miran los zapatos por si acaso y cierran la puerta con pestillo. Unas horas a salvo. Llegan facturas. También hay sonrisas y un poco de tranquilidad en el sofá. Se escuchan demasiadas sirenas y menos borrachos cantando a gritos. Las conversaciones de todos los bares acaban siendo la misma. Se podrían retransmitir por radio. Y mientras, alguien llora, ocultándose de todos, como si hubiera cometido la peor de las equivocaciones.




                     











[ James Brown, lujuría rítmica ]











jueves, 17 de enero de 2013

Guarda el secreto


Animales perdidos (Baile del Sol, 2013) de Vicente Muñoz Álvarez es un poemario visceral y maduro (en el mejor sentido del término). Un ataque frontal a esta desatrosa civilización que, nos dice Vicente Muñoz, guarda una pequeña y denostada puerta de atrás. El posible refugio para todo los agotados ("que se acabe el mundo/ que arda babilonia/ que choque el cometa/ que estalle el planeta / que se vayan los cuerdos/ que emigren los necios/ que reinen los locos/ que se hunda el sistema"). Porque en Animales perdidos existe una única salida, y esa salida de emergencia es tan vieja y efectiva como el propio mundo ("un lugar tranquilo/ para respirar/ donde escribir/ soñar amar/ tan sólo eso"), y que no por ello deja de ser menos válida o útil. Cierta esperanza en la desesperación. Cierta calma tensa en el caos de existir. Así, todo está plagado de ese análisis doloroso de una realidad que se viene abajo (sin tocar nunca fondo completamente), de un mundo que aniquila bien por soledad, bien por desesperación o enfermedad diaria. Animales perdidos es un perfecto muestrario de todas esas sensaciones, pero también un ligero soplo de aire fresco en este doloroso y a abrasador infierno (Philip K. Dick siempre tuvo razón, el infierno no estaba en ninguna parte, era esto).





Animales perdidos (una buena definición de lo que somos, de lo que seremos) también está plagado de una historia paralela de la literatura (de Burroughs a Bukowski, de Céline a Lowry, pasando por David González o Raúl Núñez). Todo está inmerso en el líquido de esa estética maldita y al margen que tanto ha practicado Vicente Muñoz, pero, ya digo, con una interesante novedad, la calidez o el amor han llegado para quedarse. Y de ese tránsito mental y poético (cual Divina Comedia de extrarradio) surge el hallazgo, el descubrimiento literario y el paso adelante de quien no se ha cansado (del todo) de esta compulsión basada en mirar y escribir. Escribir y mirar, como un trozo de madera flotante en este blando mar que nos acoge ("el viaje/ la ola / respira"). Por eso continúa siendo importante discernar lo que uno es, ha sido y será en esta profunda y alargada penumbra. Aceptar sin conformarse, tomar aliento y entender los mecanismos del juego. Hay versos transformadores y reflexivos ("solo el instinto/ de sobrevir/ perdura") y un dulce aroma al encontrarse con un secreto que siempre estuvo frente a uno ("aquel hogar/ lo más bello/ en la tierra"). Y ese otro verso suelto que parece resumir y anticipar lo más decisivo: "guarda el secreto".









[Humbert Humbert, tiempos para el amor o el asesinato]







martes, 8 de enero de 2013

Hablemos


Creo no ser fácilmente impresionable. Pero lo que me ha ocurrido con Tenemos que hablar de Kevin (2011) ha desbordado cualquier pequeña o tonta expectativa que pudiera tener poco antes. Es tan increíblemente humana que he necesitado repensarla una y otra vez, como un problema matemático no resuelto. Tenemos que hablar de Kevin es redonda en su estética, en sus silencios musicales y de color, en sus personajes transparentes, en su dolor, especialmente en su dolor (crea empatía de un forma tan única e intensa, que pocas veces he vivido algo así). Siento que he presenciado cine de verdad, de altura, gigante como una de esas torres de cien pisos amuralllada por cristal reflectante. Y de igual modo posee sus respectivas mil caras, mil reflejos, mil posibilidades que se encierran en cada fotograma, en cada sugerencia emocional. Lynne Ramsay, su directora, ha dado tan en el clavo que el resultado no puede ser otro que la cinta de obligado visionado para cada familia media de Occidente. Parece excesivo, pero no lo es, creánme.






Tenemos que hablar de Kevin cuenta la historia de una pareja y su primer hijo, un niño en principio difícil y que poco a poco se va convirtiendo en un auténtico monstruo (un psicópata desafiante que pretende aniquilar cada pequeño rincón, especialmente todos los relacionados con su madre). El film ahonda en la lucha diaria de una madre ante las adversidades de cualquier tipo, en las inmensas dificultades que supone educar y lo enormente fácil que es equivocarse (y sobrevivir a ello). Además de abrir y ampliar ese dogma posmoderno que culpa a los padres de todos los resultados de sus hijos (como si fueran una inversión a plazo fijo y con intereses). Este es, a mi juicio, uno de los grandes desafíos de la película, su clara intención de dilucidar esos conceptos tan vagos y tramposos como el bien y el mal, responsabilidad o justicia. Me preocupa, eso sí, algunas de las sugerencias veladas de esta historia, donde muy en el fondo habitan con naturalidad la violencia y ciertos valores que parecen intentar regresar para quedarse. Vean con calma Tenemos que hablar de Kevin y preparen un debate posterior. Se lo pedirá algo desde muy dentro.











[ Necesitamos hablar de Kevin ]