domingo, 28 de julio de 2013

La primera vez que me quedé quieto



No importa cómo nos conocimos. O en todo caso sólo importa en la medida que hizo posible aquel encuentro. Hacía calor. Demasiado. Las ciudades siempre guardan el calor bajo el suelo como los niños sus juguetes favoritos. Quedamos en una de esas cafeterías de la parte vieja. Decoración vintage y las típicas columnas blancas con relieves. Yo llegué antes. Pedí una cerveza para calmar los nervios y sentir que podría decir todo lo que tenía que decir. Ella llegó después. Traía un vestido de colores muy vivos, una inmensa sonrisa en la boca y un cierto aire de entusiasmo ansioso. Estuvimos hablando muchísimo. Pero llegó un momento en que nuestros ojos se encontraron como una especie de respuesta sin rodeo, algo neutro y transparente como la luz directa de un foco. Nos miramos en silencio y decidimos irnos de allí. Pagé la cuenta y solo pude fijarme en mi cuerpo nervioso y en su cara cada vez más brillante. Sudábamos un poco. Caminamos y nos reíamos. Algún silencio. Y todas esas palabras que parecían ir en la dirección correcta. El instinto o dios sabe qué. Nos deseabamos tanto.  








Luego nos besamos en la calle. La gente que pasaba al lado se quedaba mirando. Ya nadie se besa de verdad. Únicamente los locos, los apasionados o los adolescentes. Y entre todos ellos son bastante pocos. Su pelo brillaba. Su cuerpo era una especie de caja de resonancia de mi inmensa necesidad de ella. Nos propusimos casi a la vez alejarnos de la mirada del resto. Al final, nos fuimos a un pequeño hotel con sábanas recien planchadas y olor a limpieza. Llegamos besándonos. Impregnados de tantísima pasión que ni al más insensato se le hubiera ocurrido parar aquello. Nos desnudamos rápidamente. Me fijé casi por inercia en cada pequeño rincón de su piel. Era suave y tenía un color un poco dorado. Pasaba mis manos arriba y abajo por su espalda, por su sexo, quitando cualquier cosa que entorpeciera nuestra desnudez. Seguimos besándonos, diciéndonos. El calor llegaba de la calle. También las sirenas y las pocas conversaciones. Ella decía derretirse. Cogía aire por la boca. Sabía a sal y a impulso. Gemíamos de tanto placer que supongo que a los vecinos de habitación sólo podría resultarles excitante o un tremendo insulto. Para colmo, estaba tan atractiva que lo único que podía pensar era en repetir aquello una y mil veces. Cuando acabamos, todo quedó en un inmenso silencio. Nada incómodo. Una especie de calma en el caos de nuestras vidas. Se levantó. Y desnuda se quedó mirando a través de la ventana de aquella ciudad que nos había permitido respirar. Sonrió. Y dijo que estas cosas sólo pasan en las vidas de verdad. Asentí y me quedé quieto. Por primera vez. 















[Y mientras, no dejaba de tararear esta canción en mi inglés más torpe]









jueves, 18 de julio de 2013

Antes de que se apague


Antes de medianoche es el aparente cierre de esa singular trilogía sobre el amor de Linklater. Singular y perfecta por su tratamiento único del tema, tanto a nivel estético como psicológico. De hecho, creo que la trilogía de Linklater es uno de los mejores carboncillos posibles que sobre el tema ha realizado el cine más reciente. En su nueva entrega, tras aquella dosis hipercalórica de entusiasmo y romanticismo de la primera parte (Antes del amanecer) y después de aquel reencuentro lleno de matices y sofisticación (Antes del atardecer), llega la inevitable dosis de realidad y conflicto de una relación duradera. Antes de medianoche es casi un espejo sin deformaciones de las relaciones más maduras, de sus altibajos más endebles y un trabajo exhaustivo de comprensión y aceptación de la pareja contemporánea. Una pareja en la que todavía pervive la lucha de sexos, el engaño, las dudas, el miedo al futuro, las inseguridades o la propia inestabilidad emocional, en una combinación fiel al espíritu de cambio de un época. Resulta esclarecedora esa conversación a cuatro bandas, mientras comen, de parejas de diferentes edades y en diferentes etapas, transmitiendo desde la ingenuidad en permanente cambio de los adolescentes hasta la sencillez visionaria/visceral de los más ancianos. Es uno de esos momentos que el cine regala de cuando en cuando para comprender un poco mejor la vida misma.







Linklater decidió dar a la tercera entrega de esa pareja maravillosa que es Ethan Hawke y Julie Delpy (siempre entusiastas, siempre complejos) una visión más agridulce, con cambios bruscos, inevitables, introduciendo incluso terceros (ese hijo de un anterior matrimonio y esas gemelas que son como una sombra que envuelve todo el relato) en una calma temporal que desempolva todos esos conflictos atrasados o pendientes. Persiste, eso sí, cierta provocación viva entre ambos, un humor ingenioso y a prueba de balas, y esa pasión vehemente que a veces aniquila a los otros. Y por supuesto los reproches, ese mal endémico que al final no ha ayudado a absolutamente nadie. Es decir, más allá de sus rasgos atípicos (pocas parejas poseen una comunicación tan duradera, carismática y creativa), la pareja Hawke-Delpy lleva consigo algo de todos nosotros, de nuestra forma radical de enamorarnos en Occidente, de nuestra intimidad más excesiva, del tipo de persona en que nos vamos convertiendo progresivamente y, en definitiva, de las relaciones entre los dos seres más extraños y fascinantes de la naturaleza. Decía Freud aquello de que la felicidad es la capacidad de amar y trabajar. Linklater ha dado forma a ambas cosas. Y se nota.


















[Before Midnight,  añadir realidad a la fórmula]










lunes, 15 de julio de 2013

Esencia




"Tal y como han dicho los situacionistas: todo es espectáculo. Un espectáculo que funciona solamente porque cada uno finge estar disfrutando de éste y porque cada uno piensa que es solamente él quien no encaja en la totalidad."


The Black Hand Gang "Hapt 8" incluido en King Mob#3








"Y folllamos contigo. Mentalmente."



Ciudad del hombre: Nueva York (1995), José María Fonollosa. 





"Para que una obra de arte sea realmente inmortal debe exceder todos los límites humanos; la lógica y el sentido común sólo servirán para interferir. Pero una vez hayamos roto estas barreras, conseguiremos entrar en la región del sueño y la visión infantil."


(1913), Giorgio de Chirico
















[Gang of Four, fiesta y lamento soft para un nuevo siglo]