jueves, 31 de mayo de 2012

Un nuevo libro, Madrugada





Una semana de estrenos, de exclusivas en red... una portada, un trailer que ya es casi como una película... Celia Novis, directora de cine, recreando una obra antes de que casi nadie la lea... bien hecho... the times are changing... la curiosidad... las futuras presentaciones... más pobre, también más feliz... Manolo Campoamor (uno de los posibles padres de todo esto) inaugurará en el Ateneo su nueva exposición mientras visitaré/presentaré/me reencontraré con Madrid... Madrid, que siempre es otro personaje valioso... Umbral decía que es un género en sí mismo... amo Madrid y amo sus libros... fotografías en las que parezco un Bret Easton Ellis más alto y más raro (si eso puede ocurrir en alguna de las realidades)... nosotros los raros, decía un libro... ay, los libros... me lleno de alergía... y sonrío porque alguien sonríe sin excusas... y escucho una y otra vez esa canción de Luna (nunca te imaginarías cuál)... envío mensajes en que hablo de cosas deliciosas... los telediarios dicen no sé qué del fin del mundo... y no hay tiempo para revoluciones... sonrío más, sonríes más... quizá mañana todo se vaya al garete... veo Doctor en Alaska... y pienso en Madrugada... sólo eso, un libro... 










[Un trailer...]





martes, 15 de mayo de 2012

Calor al contacto

Me envuelvo en el calor blanco de las sábanas, con tus inmensas y lúbricas piernas rodeándolo todo... Me muerdes, te muerdo ligeramente, como te gusta... Sangramos juntos por las rodillas, como dos niños que se han caído duro sobre el asfalto... Y nos agarramos del pelo para estirarlo un poco más, que siempre se puede, y lo sabes... Pierdo sudor y sangre, y me deshidrato lamiéndote los labios, que saben a sal robada de entre tus muslos... Me pasas la lengua por cada parte caliente de mi cuerpo y no puedo evitar resoplar fuerte y gemir... Y termino por poner tu cuerpo en otra posición... O acabas, acabamos por el suelo, sin soportar más calor insoportable y sin forma... Y veo tu camiseta rota sobre una silla, y tu sujetador y tus bragas hechos una bola negra de reflejos y polvo que brilla... De tan excitada que estás te muerdes a ti misma, y miras alrededor, buscando algo que agarrar con fuerza a tus tendones... Y los fluidos de ambos lo bañan todo como una laguna tibia de deseo... Cierras los ojos y gritas hacia dentro... Veo como te tiemblan los músculos de las piernas, el cuello, la frente... Te contraes como si fueras a morirte ahí mismo, frente a mí... Me estiro en la cama y miro el reloj-despertador... Y no se me ocurre otra cosa que poner esa cándida y enérgica versión de Sandie Shaw con los Smiths... Me tatuaría tu boca abierta y los Smiths por todo el brazo...













[Hand in Glove por Sandie Shaw, la canción en cuestión...]











martes, 1 de mayo de 2012

En tiempos de engaño

Hay una frase que se repite últimamente mucho por ahí en muros de facebook y demás. Eso sí, con toda la razón. "En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario". La frase es de George Orwell, por cierto, que más que dedicarse a decir la verdad prefería hacer metáforas redondas (que es más entretenido) y pegar tiros día sí día también en Cataluña (que era donde estaba el jaleo por entonces). Pues sí, decir la verdad últimamente es de los más revolucionario. Y más cuando lo políticamente correcto se ha instalado para quedarse definitivamente. Es por eso que volver a revisar Lenny (1974) se hace más necesario que nunca (ahora hay algo en juego que sabe a gloria o derrota eterna). La historia, ya saben, la vida del legendario "cómico" norteamericano de origen judío Lenny Bruce. Y claro, los muchísimos excesos y matices del "personaje", que son fascinantes, con etapas destructivas hasta el hartazgo, amores enfermos (y demasiado humanos), autodescubrimiento y, claro, verdad, mucha verdad, tanta que una gran parte de la sociedad -otra en cambio lo adora por moda o devoción indirecta a lo que representa- lo mete en chirona o le entretiene con la jodienda infinita de los juicios, las drogas duras y el derecho real a decir lo que piensa. Decir la verdad, lo sabrán ya a estas alturas, se debe pagar de algún modo.






Bob Fosse llevó a la pantalla la trágica historia de Lenny Bruce para, supongo, defender eso tan abstracto que es la libertad. Y seguramente acabó en las conversaciones entre vino y queso de los diletantes burgueses de la Gran Manzana, con algo de cocaína en los dedos y revistas de Literatura manchadas de carmín. Porque Lenny parece (o parecía, más bien) una batalla ganada para el futuro y las jóvenes generaciones. Y cosa de los tiempos, la muchas cuestiones que plantea la cinta regresan a la fuerza de nuevo, sobre todo porque nunca se fueron del todo. Y sí, es cierto, hemos perdido mucho en los últimos años, tanto, que a veces uno duda si hemos abandonado el alma o la dignidad por el camino. Ay. Uno es dramático, ya saben. Decía que el sr. Bruce (o un magnífico Hoffman que es una auténtica extensión del genio de Lenny Bruce) no para de hablar, literalmente (la verborrea sin control del monólogo contemporáneo), para recordar a los excluidos (los inmigrantes o los homosexuales), la terrorífica monotonía de la pareja occidental, la corrupción, la hipocresía social e individual, y el esfuerzo titánico de quien se atreve a meter el dedo en la llaga. Y duele, sobre todo ver que apenas hemos cambiado. Poco o nada.











[Lenny, humo, palabras malsonantes y pantalones de campana]