sábado, 14 de abril de 2012

Drive my car into the ocean

Conduciendo, conduciendo hacia el océano, como en esa canción de los Pixies. Olas de mutilación y tal. Y la lluvia que golpea el cristal suavemente y todo o casi todo en silencio. Los otros coches más lentos, formales y evadidos con café con poca leche, azúcar y cocaína. Las gafas sucias por el óxido y un anhelo sin nombre que parece perderse en el asfalto mojado bajo los túneles. Llueve, y con la lluvia todo parece menos grave, o más triste, y en las gasolineras la gente es educada y compra chicles de menta, Kit-Kat o refrescos de cola. Conduciendo hasta ver bajar el nivel de gasolina noventa y cinco octanos. Otra vez. Hasta sentirse perdido en ese laberinto insensible de carreteras con letras y números que nadie recuerda. Llueve y todavía nada ni nadie puede sentir el océano.















[Pixies, de mentes y mutilación]





martes, 3 de abril de 2012

Las leyes de la atracción

Desde hace mucho tengo pendiente hablar de esta cinta. No sé muy bien porqué no lo he hecho antes, la verdad, pero creo que no puede demorarse más el asunto (la revisé el otro día entre nocturnidad y melancolía, y aquí está). Las reglas del juego (en inglés, The Rules of Attraction) es una de mis películas de teenagers posmodernos fetiche (aunque pueda parecer lo contrario, gran parte del cine occidental está dentro de esta categoría). Fetiche, digo, por dos motivos: por estar basada en la novela del mismo nombre de uno de mis más admirados escritores recientes, Bret Easton Ellis, y por ser una película con cualidades inherentes que van creciendo con el tiempo, tanto de fondo (pura anarquía existencial) como de forma, ambas entremezcladas en un agradable juego sin fin. Bueno, toda esta palabrería viene a decir que no me canso de verla, vamos. Visionado tras visionado acabo encontrando parte sustancial de este extraño mundo que habitamos, especialmente -y este es el gran tema del film- rasgos del vacuo deseo humano (llevado, cómo no, a la enésima potencia en el adolescente urbanita con dinero y mucha ociosidad).








Las reglas del juego (2002) -prefiero la traducción que del libro hizo Anagrama, Las leyes de la atracción- es un peligroso e incendiario artefacto creado por Roger Avary, autor también de esa extraña, inquietante y también bella película que fue Killing Zoe, en la que también estaba muy próximo Tarantino o al menos su instinto vital/destructor (de hecho, ahí es nada, fue el guionista de Pulp Fiction y Reservoir Dogs). Digo esto también por contextualizar, porque de este hombre no hemos vuelto a saber más. Y con la escena final del film -ya me contarán- todas las opciones parecen abiertas: un perfecto canto de cisne, un juego posmoderno certero, la muerte del cine comercial que aparenta lo contrario (o al revés, quién sabe), un perfecto análisis sin continuación posible o un simple agotamiento de ideas de Occidente, harto de contar/escuchar la misma historia una y mil veces. Sea como sea, Avary me ha hecho adicto en el tiempo a esta singular creación cinematográfica que, sin ser ninguna obra maestra, despierta aspectos dormidos, preocupaciones latentes y un reflejo deformado de lo que nos hizo así. El dolor de ser adolescente y tal. Ya es hora dar un salto, caer en la cuenta de que desde Rebelde sin causa la mutación joven no ha parado de crecer. El último y mejor retrato posible lleva por título Las leyes de la atracción. Ya lo entenderán.













[Love & Rockets, sentido y sensibilidad]