lunes, 8 de abril de 2013

Luz fría, Capítulo 1



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Las seis y algo. Estoy en casa, a punto de ducharme. Me voy moviendo por el pasillo con cierta lentitud de herido. Con esa larga sensación de que los días duelen. Tanto o tantísimo que muchas veces no puedo mirar a otro lado. Fuera hace un calor enfermizo y pegajoso. El sol viene a caer a plomo sobre el asfalto como la muerte sobre esos niños pobres de la tele. De fondo la pantalla emite reportajes preocupantes sobre economía y política en los que nadie se fija demasiado, por costumbre o por desidia. Todas las noticias parecen siempre la misma noticia.

Se oye el rumor lejano de la gente gritando en la calle. Cojo ropa interior limpia y me dirijo al baño. Doy el último trago a una Coca-Cola que comienza a no estar fría. Las pocas burbujas resbalan por mi garganta logrando agradables cosquillas que disfruto como un chaval en una de esas piscinas de bolas multicolor. Abro lentamente el grifo. Dejo correr el agua un poco y me quedo mirando el resultado. El sonido repetitivo me lleva a pensar en algún lugar lejano. Las ideas son perezosas y no permanecen mucho tiempo. El pelo está mojado por el calor húmedo. El sudor, en cambio, se mueve despacio por mi frente.

Al entrar en la bañera y dirigir el chorro de la ducha hacia mi pecho, noto el agua excesivamente fría, como meter el cuerpo en un río helado. Parece que tenía bastante calor, pero no el suficiente. Cojo jabón líquido y lo esparzo sin demasiadas ganas por mi cuerpo pálido con un par de cicatrices. Pongo el mango de la ducha en alto y dirijo toda la presión del chorro sobre mi cabeza. Resbala templada por mi pelo y continúa igual hasta llegar a mis pies. La temperatura en ese instante es confortable y huidiza. Me agrada.




Me quedo mirando sin demasiada atención las juntas de los azulejos. Están ennegrecidas por la frecuencia de la cal del agua. Rasco un poco una de las esquinas con cierta desgana y me fijo en las pequeñas partículas que quedan pegadas. El agua cae también con fuerza contra el suelo de la bañera. El impacto y el ruido no me permiten oírme más que a mí mismo. La cortina de la ducha, de varios colores vivos, evita que pase toda la luz o lo haga ligeramente al interior. Es una especie de lugar en calma, alejado del ruido. La cortina no es solo para evitar mojar el suelo, es también para aislarse del mundo. La paz del agua y cierta dosis de soledad.

A mano tengo una toalla verde áspera que utilizo para secarme. Me froto fuertemente los brazos y las piernas. Hago lo mismo con todo el tronco. También lo intento con la espalda, pero me resulta más difícil. El jabón blanco envuelve todavía partes de mi piel. Logro enrojecer la totalidad de mis extremidades. Utilizo la toalla a modo de falda escocesa. Tiene pequeñas bolas y probablemente lleva más de trescientas o cuatrocientas duchas conmigo. Miro hacia el espejo empañado, intentando reflejarme. Puro instinto. Y es justo entonces cuando mi pie derecho se mueve y resbala con un poco del agua que ha caído sobre el suelo gris. El mismo pie lo mueve todo y me arrastra hacia delante. La espalda se golpea secamente contra el borde de la bañera. Antes del impacto puedo notar el sabor terrible del dolor en lo más profundo de la boca. Grito nada más sentir el golpe contra el mármol o lo que sea eso de lo que están hechos los baños modernos. La postura es forzada y caigo de lado al suelo. El golpe es seco. Parte en la toalla para los pies mojados, parte en las baldosas grises y con olor a lejía. Me quedo quieto. El dolor es agudo y breve, especialmente al final de la espalda y en la parte superior de las piernas. La toalla se suelta y me deja a solas con mi desnudez, inmóvil y confuso. 









[ Coasting, asepsia y fuegos artificiales ]