sábado, 15 de septiembre de 2012

Kiko Amat, travesía pop


Anda uno tarde con Kiko Amat. Cuando todo el mundo tiene ya claro clarísimo lo de este catalán de mirada aviesa, llego yo, leo Mil violines y quedo más noqueado que un Foreman de segunda. Totalmente noqueado, además. Hecho, por cierto, que no se ha repitido con su éxito Cosas que hacen Bum (más allá de sus cincuenta primeras páginas). Pero ese es otro tema. Vayamos primero con Mil violines (Reservoir Books/ Mondadori). El libro posee todos (o casi todos) los elementos que últimamente le pido a una obra de calidad, a saber, corazón, ternura y juventud. Y por si eso fuera poco, pop o variantes pop hasta la extenuación (una especie de particular guinda personal). Desde el no-culto a Morrisey (The Smiths), pasando por los Jam o por ese odio profundo y visceral en forma de lista pormenorizada con Queen, Elton John, Deep Purple o ABBA (estos últimos todavía no he conseguido comprender cómo le pueden gustar a alguien, moderneo incluido). Ya digo, una lista de odios que prácticamente firmaría. Esto va al final de Mil violines, como broche rabiosamente pop, porque antes aparecen mil filias y estancias por la Gran Bretaña en las que me resulta prácticamente imposible no verme reflejado; un retrato del joven medio nacional amante de la música, los libros y la sensibilidad siempre mal comprendida por el resto. Porque Mil violines es la vida de Amat, pero podría ser la de cualquier otro, compulsivamente coleccionista, desnortado y superviviente (sobre todo superviviente).  






Decía antes que con Cosas que hacen Bum (Anagrama) no me ocurrió lo mismo. Más allá de un inicio demoledoramente subverviso y situacionista, tengo la sensación de que Amat se pierde pronto en sentimientos y discursos demasiado diletantes y nada esclarecedores para el cómodo ciudadano de hoy día, en el fondo es distante y tal vez sólo escribe para sí mismo (aunque puede que esta misma afirmación le resulte extrañamente halagadora, siempre se ha declarado coleccionista contradictorio de sus críticas negativas en prensa y demás). Me falta todavía por leer su Rompepistas (Anagrama), aunque tengo la sensación/intuición de que nada superará ese impacto inicial de su libro más musical (la pasión siempre se transmite). Porque Kiko Amat, hay que decirlo, es un hombre de estilo, un esteticista máximo (entre mod y skinhead confuso), y en el fondo sigue esa proclama bukowskiana que dice que: "El estilo significa no llevar coraza de ningún tipo. Parapeto de tipo alguno. Estilo significa completa naturalidad. Un hombre solo con billones de personas alrededor" (debidamente citado en Mil violines). Lo que no evita un enfrentamiento abierto del catalán con el posmodernismo más vacío e insufrible, con la apariencia más simplona o la baja autocrítica. Amat me resulta desde ya un nuevo faro (aunque sus novelas sean francamente mejorables), alguien que continúa con mejoras aquel Héroes (Punto de Lectura) de Ray Loriga, que más que otra cosa tiene por objetivo aunar literatura y pop hasta las últimas consecuencias (Nick Hornby y todas sus variantes). La última de las bendiciones de Occidente. Su último suspiro. Su sacrosanta y placentera nueva esperanza.









[Morrisey, el hombre que amabas odiar (¿o era al revés?)]