martes, 30 de agosto de 2011

Directo contra todo

Hablaba un día, con entrevista de por medio, con Ray Loriga y llegamos a una especie de acuerdo tácito extra-literario. El boxeo es lo más. Un chute directo al cerebro más instintivo (también el más olvidado). Frente a tanta palabra hueca, tanto discurso cubierto de intereses (aumentando constantemente y sin control en estos tiempos confusos), el boxeo aporta perseverancia, estrategia (esta es la parte más desconocida por los no conocedores del tema, que ven en el boxeo una especie de barbarie de otro siglo) y, por supuesto, un enfrentamiento justo y más o menos equilibrado con un rival (cosa que la vida no nos brinda en demasiadas oportunidades). La literatura (como el cine, por otra parte) no podía dejar de lado la magnificencia de un deporte esencialmente noble y auténtico como este.


Es esencialmente por ello que En la cima del mundo (451 Editores) del absolutamente todoterreno Norman Mailer no podía defraudar. El sr. Mailer, uno de esos claros escritores de raza, instintivo y fiero, se acerca a la figura de Ali con un análisis entregadísimo, a su inherente dimensión política y a su particular psicología de ganador absoluto (el que gana en el corazón vibrante del público, el triunfo incontestable). Luego, el legendario combate con Joe Frazier le sirve a Mailer de excusa para ofrecer las aristas del mito, el hombre negro rebelándose ante todo y ante todos. Un no a Vietnam, un no a una forma de vida institucionalizada y decadente para toda una raza, Ali el infatigable, el confiado, Ali el tramposo, pero sobre todo el hombre del cambio en el corazón del mayor de los imperios.


Delicia hipercalórica este En la cima del mundo y al que no deberían permitir que cogiera polvo en su librería de confianza. Puede que la figura de Ali (antes Cassius Clay) les salvé de una parte de su acomodaticia existencia. Y sí, Loriga, el boxeo es lo más.








[Combate total -fin y gloria, respectivamente - de Liston y Ali. Historia]




lunes, 29 de agosto de 2011

El discreto encanto de Covent Garden

Hay pequeños (y necesarios) planetas girando a nuestro alrededor. Hay personas como María que montan Covent Garden como un lugar para la tranquilidad o el buen gusto extremo y medianamente sixty. Hay, digo, personas como María que nos salvan de las madrugadas con ojeras y nos visten de british que, en el fondo, es lo que quiere ser, en estilo, todo europeo, y más los que nos encaminamos a esa falsa aristocracia de provincias, con lo que Covent Garden no deja de convertirse, desde hace años, en ese lugar cómodo en el que acaba echando un ojo la chica guapa con flequillo, la rock-star pendenciera o el escritor charlatán que no deja de ser nunca uno mismo.


Covent Garden es ya una especie de fortaleza en la nada de León, un búnker en tiempos en que todo el mundo va idéntico de Zara (uniformados, ay, para su propia sorpresa o desgracia, quién sabe), por lo que visitar la simpatía clara de María es un acto revolucionario hecho de identidad propia y estilismos de principio y fin de nuevo siglo (todo a la vez). María, por si no lo saben, tiene querencia agradable por las Nancys (su perra buena lleva ese nombre de juguete), Nacho Vegas o los Waterboys (ya se los pongo yo aquí abajo, para calmar la melómana que lleva dentro y darle banda sonoro al asunto), en un totum revolutum que la enriquece como un helado de varios sabores, sin saber de contradicciones o qué dirán cazurros y simplones.


Porque María sabe a niebla londinense, a pastas con té, menta fría y a ese algo que se esconde en sus ojos de chavala maja que regala sonrisas y te pone rápido a la moda, algo tan complejo que ella hace sencillo con pericia, mucha paciencia y gestos delicados que parecen extraídos de uno de esos libros de buenas maneras y decoro. Por estas y algunas cosas más, María y su Covent Garden, ese jardín blanco/naranja inigualable, necesitaban de un algo cargado de afecto, eso tan ausente y agradable de decirnos que nos necesitan, con palabras o un simple gesto.







[The Waterboys,hiper-british sound. Canciones para días con lluvia]




sábado, 20 de agosto de 2011

Sombras con fondo

Las personas son sombras con fondo. Sombras más o menos largas que beben agua sin gas. A veces leen las noticias del periódico; otras, releen los anuncios por palabras o se fijan mucho en las esquelas de los muertos, por si los conocen, o por si hace falta decir a alguien que les duele.






Las personas son un abismo pesado que nadie comprende. Montan en bicicleta, escupen al suelo y matan gallos rojos para comer. Tienen pelo, piel y palabras que gastan como si no significaran nada. Como si hubiese demasiado tiempo.






Las personas lloran o ríen depende de los días. Saborean refrescos y escuchan música para no pensar en nada. Toman y expulsan aire. Escriben cartas y leen libros largos. Les gusta la pasta con tomate y las cosas brillantes. Parece poca cosa, pero es mucho sobre las personas.







[Culto a la diferencia, culto a las personas/sombras con fondo. / Mystery Jets no dejan de sonar en un hueco escondido de mi cabeza]







domingo, 7 de agosto de 2011

Fluidos y libertad

Pornoterrorismo (Txalaparta, 2011) de Diana J. Torres es ya, a mi juicio, el libro del año. Ese que no aparecerá ni de broma en las listas de los más vendidos. La provocativa obra de Torres es un verdadero escupitajo a una sociedad como la española, presidida por la atonía y la falta de estímulos ante una existencia que no deja de parecer un pozo sin fondo. Su planteamiento no está muy lejos del de otras perfomers femeninas o trans internacionales, pero en ella resulta un revulsivo generalizado, como descubrir la bomba H para calentar las tostadas con manteca. Comenzar de cero, revisar el punk más fiero y poner en duda toda una forma global de vida, eso y algo más es Pornoterrorismo y sus posibles derivas. De hecho, leyendo sus páginas uno siente que el avance es menor del esperado (que uno mismo es más reaccionario de lo que cree o le gustaría pensar). Que la pretendida libertad es, eso mismo, una pretensión que ha quedado en papel mojado en esta perversa sociedad.


Diana J. Torres es una abanderada del perfomance extremo, con fisting, squirting y demás placeres del automaltrato o la explosión más catártica. La gran diferencia es que en ella el discurso de sexualidad intensa le sirve como modo de comunicación con sus semejantes. Una especie de comunión insana y carnal. Con conexiones con los Motherfuckers! norteameriacanos y el femenismo más agresivo, Pornoterrorismo se convierte en un exhultante compedio de honestidad, no sólo teórico o reivindicativo, también literario (algunos fragmentos son lo más palpitante que he leído últimamente), por lo que emocionalmente resulta un soplo de aire fresco entre tanto libro idéntico y sus respectivas opiniones sobadísimas (al mundo del libro le queda una revolución pendiente que le devuelva a su posición natural, y éste es un paso en la dirección correcta). El peligro (más que potencial) es que sólo acabe entre revistas de tendencias de enteradillos o en un rincón oscuro de la protesta sexual de este rancio país (sería un gran error). Porque ya se lee por alguna de sus zonas más infecciosas, "¿acaso hay fusión más hermosa que la de las palabras `porno´ y `terrorismo´?". Un verdadero signo de los tiempos.










[Travelling existencial -vía Peter Bjorn & John- para digerir nuestra propia inexistencia]





miércoles, 3 de agosto de 2011

El derecho a estar Perdidos

Entrada número 200 de este blog. Creo que muy merecidamente dedicada a Lost (Perdidos), la serie que ha cambiado nuestra forma de ver televisión (aunque muchos ya la veamos vía Internet). Perdidos es, sin lugar a dudas, uno de esos singulares universos propios (como lo fue Twin Peaks o El prisionero) que atrapan la imaginación del espectador más experimentado. Sorprendente, arriesgada, trepidente, confusa o definitiva son algunos de los adjetivos que intentan definir la serie del nuevo milenio, la punta de lanza del reciente(bueno, ya no tan reciente) fenómeno de los grandes seriales televisados de esta década. Cuando parecía que el cine se encontraba encallado, en un punto muerto, sin direcciones estilísticas definidas(el celuloide comercial, claro está, en el indie siempre ha palpitado la vida)o incluso con la ausencia de fetiches de más o menos nivel, surgió esta maravilla lúdica, profunda e irregular.


Perdidos es muchas cosas, pero como leí en uno de los miles de artículos que se han publicado acerca de la serie (prácticamente todo el mundo ha dado su opinión), sobre todo es una historia de redención, de purga emocional, de segundas, terceras e incluso cuartas oportunidades, algo así como la propia existencia reunida en unas cuantas horas de producción americana. Y como todo lo yankee, vive en lo extremo, es capaz de lo mejor y de lo peor en apenas un instante. Hay momentos en Perdidos (no quiero desvelar nada a quien no la haya visto)que dan ganas de levantarse del sofá y comenzar a dar palma contra palma hasta caer rendido y, otras (ay, no pocas veces) cierta vergüenza ajena se apodera de uno.


Pero la clave, lo que verdaderamente diferencia esta serie del resto, es su capacidad para vivir dentro de ella (uno no es un mero espectador impasible). Respirarán entre Locke, Jack y el resto. Pedirán más, tomarán aire de esa isla hasta que parezca una extensión de sus propias vidas. Disfruten la experiencia y, sobre todo, de su derecho a estar perdidos.






[Punto inicial de un milagro televisivo. Lost (Perdidos) o la nueva deriva existencial de la crisis de un nuevo siglo...]