martes, 20 de marzo de 2012

Mirarse en los espejos

Que un libro lleve en su portada recomendaciones de Coetzee (premio Nobel de Literatura) o del mismísimo Nick Cave, dice fundamentalmente dos cosas: una, que el libro en cuestión es de cierta envergadura y dos, que si necesitan poner las citas en la propia portada es que no es demasiado conocido el autor por aquí. Y ambas cosas ocurren a un tiempo en este magnífico Pánico al amanecer de Kenneth Cook, un título apenas conocido en este país (es la primera vez que se traduce al castellano, originariamente es de 1961) y que muy merecidamente Seix Barral ha sacado de ese agujero sin fondo que es el olvido. Aunque conoció una revisión cinematográfica en los setenta, no obtuvo demasiada repercusión, de hecho, es casi seguro que apenas os suene el título o la posterior película. Pero que el gran bardo australiano y también muy interesante novelista, Nick Cave, defina Pánico al amanecer como "la mejor y más aterradora historia que existe sobre Australia", debería al menos respetar su contenido, este potencial clásico oscuro de las antípodas.








¿Tantos halagos y de tantas personalidades merece esta historia? Sí y no. Intentaré explicarme. Pánico al amanecer contiene uno de los arranques más portentosos e inteligentes que he leído en mucho tiempo, es innegable. Uno lee sus primeras páginas y se siente deslumbrado, como haber descubierto una callejuela diferente a ese alma confusa del individuo del siglo XX (y por extensión también del s. XXI). El desierto, la apuesta radical, el viaje, el alcohol... son elementos comunes, extensiones y posibles soluciones (falibles o no) a la soledad, el dolor o la frustración vital. Porque de eso va Pánico al amanecer, de un terrible diálogo interior ante una realidad exterior sumamente lesiva. Una historia de terror, sí, pero del peor, del que habita dentro. De hecho, me recuerda horrores a ese otro fantástico libro-llave que es Hambre de Hamsun. Tienen los dos en común cierta lucha personal ante las adversidades, siempre autodestructiva, en busca de eso tan complejo que es la supervivencia para el que no sabe sobrevivir. Luego, y hay llega el problema, se pierde en situaciones más vacías, menos reflexivas, de un surrealismo más superficail y menos fluido (a veces roza lo ridículo la caza por el desierto o el contacto amoroso con la chica, nada comparable con el ambiente mental de las apuestas iniciales), que nos alejan de ese autodiálogo que parece recordarnos nuestro propio abismo o su contorno. El personaje va, vuelve, se mueve (como el ratón en el laberinto), sin darse cuenta de que de quien no consigue huir es de sí mismo. Lo que intuíamos, el enemigo estaba dentro. Un espejo.











[Nick Cave & the Bad Seeds, preguntas sin respuesta]







domingo, 18 de marzo de 2012

Un León más directo

Que León es una ciudad con una vida cultural agitadísima no lo duda casi nadie a estas alturas. O en todo caso lo dicen entredientes los que se quedan en casa, mirando la televisión y comiendo panchitos. Mal hecho, claro, porque este puente ha tenido radiantes dosis de esa agitación, especialmente de tipo musical. Tantas, que a veces no sabe uno qué ir a ver, por quién decidirse o qué disfrutar de primera mano. Jueves noche. Art & Beauty. Nacho (guitarra) y Reyes (percusión). Y claro, Nacho y sus constantes polémicas en la Red, enfados colectivos y ataques directos a casi todo lo que se mueve (malditismo de libro, muchas veces mal entendido). Diría más, si Nacho se ha metido contigo es que estás haciendo algo interesante en esta ciudad (una extraña confirmación).Y pese a ello o gracias a ello, buena música. El dúo más certereo de la capital volvió a sorprender con un directo bluesero que citó en un aquelarre eléctrico a Robert Johnson o Blind Willie Johnson en su aspecto más epidérmico. Versiones cargadas de sentimiento y un nuevo filo a ese cuchillo largo y profundo que es Art & Beauty. Cada directo, una grandísima experiencia. Aunque todavía echo de menos su lado más Pastels, My Bloody Valentine y demás. Uno está hecho de mucho ruido.






Y el sábado más. Estaban Zodiacs por el American, pero todo, ya digo, no puede ser. Me acerqué, sin embargo, a ver al bueno de Jorge Arias (Arsel Randez) en El amigo de las tormentas. Un directo acústico que congregó a una multitud (estaba toda la fauna local) para ver su faceta más sensible y folk. Replicó con un cancionero que sonó muy dylaniano y que incluyó piezas de, por ejemplo, Tom Waits. Cercano, íntimo y desnudo, supo sonar frágil y con contundencia casi toda la velada. Ritmos lentos y una voz que se adueñó de todo y de todos. Disfruté como un niño su cancionero en castellano, que puedo certificar desde aquí (si uno puede certificar algo, vaya) como inmensamente valioso y honesto, amplio de miras y plagado de poesía. Eché de menos a Myriam (The Bright), se lo comentaba a Juancho, como una nueva versión potencial de Dylan y Baez en este nuevo y santo Village que es León 2.0. Sigan atentos. Esto parece no tener fin. Mientras el mundo cae, claro.












*Imágenes de Santos M. Perandones (que también puedes seguir en el siempre vivo Fanzine León).








[Bob Dylan y Joan Baez, suma de esfuerzos]






martes, 6 de marzo de 2012

Skip James o la silueta de un mito

Una auténtica sorpresa. Acabo de hacerme con las grabaciones de Skip James del 68 en CD (reacciones más o menos compulsivas del último comprador vivo de cedé). Una copia que aquí distribuyó cuidadosamente Nuevos Medios (algún día habrá que hacer una lista de los méritos de esta discográfica señera en el panorama nacional). Tengo que reconocer, no queda otra, que las grabaciones de finales de los sesenta no tienen ese halo de misterio que desprendían las de los treinta, cuando James no era más que un simple vagabundo en busca de la esencia de las cosas. Y la descubrió, vaya que sí. Si no me creen, escuchen atentamente esa maravilla de la imperfecta perfeccción que es "Devil got my woman". El alma negra recorriendo cada centímetro de una voz rasgada y luego esa melodía lenta pero firme que atraviesa a uno como lo haría un cuchillo con un suave trozo de mantequilla.




No me quedan muchas dudas respecto a la grandeza de Skip James. Y su leyenda, sin ser la del enorme Robert Johnson (se dice que cuando Keith Richards, de los Stones, lo escuchó por primera vez pensó que tocaba más de una persona a la vez), posee algo de relato épico redondo, de perfecta literatura del Delta. Se se suele contar que James era un redomado trotamundos con su guitarra al hombro, un apasionado de la libertad y la carretera (los beat, con Kerouac a la cabeza, retomarían esa forma de vida). Es entonces, de paso en una pequeña ciudad, cuando decide presentarse a un concurso de talentos. Se convierte en ganador, y el premio se trnsforma en grabar unas canciones. Tendrá que viajar hasta otra ciudad y allí dar forma a lo más cercano que ha estado el hombre de grabar fielmente sus propias entrañas. Aun con todo, el disco no resulta un éxito, como podría esperarse y dada la alta calidad del material musical. La crisis económica y la llegada de la radio hacen el resto.




James, sin más,aunque algo apesadumbrado, continúa su camino. Es entonces cuando decide hacerse pastor y cantar directamente a Dios y sus feligreses. Pero con los años, el nombre de Skip James se convertirá en un grandísimo mito (aumentado por su ausencia de la escena musical, nadie sabe dónde está ni tampoco se le espera). Será con el hippismo, la contracultura y los festivales, ya en los sesenta, cuando nuevos muchachos recuperan para todos los amantes de la música la esencia de la norteamérica negra. Un respiro aliviado y de justicia. James morirá pocos años después, y su nombre, poco a poco, pasará a convertirse en un clásico de las emociones del siglo XX. Tengo una grabación de ese mismo hombre/mito en el año 68 (un año ya de por sí legendario), totalmente transformado, cuando la vida le había derribado varias veces, y su voz suena infinitamente distinta, como si hubise perdido la gracia o simplemente fuese otro.









[Con todos ustedes... Skip James, ochenta años después]