lunes, 11 de abril de 2011

El ansia de vivir

Hace poco me he hecho con el último álbum del magnífico Edwyn Collins. En un mundo que parece descender continuamente hacia un abismo insondable, cosas seguras como Collins no están de más. Reconozco que es uno de mis héroes personales, más teniendo en cuenta una vida de caídas y levantamientos continuos, el más reciente una doble hemorragia cerebral que le llevo, dicen por ahí, al postramiento, medio cuerpo paralizado y a tener que volver a hablar y por supuesto cantar. Por eso, este disco, Losing Sleep, parece el de más altura de todos los suyos. Como una cima inconcebible para el rockero al que la vida sólo le ofrece drogas y féminas más o menos voluptuosas. Lo suyo es una lucha directa con la propia vida (porque el talento lo tiene demostrado), un pulso gravitatorio con lo pesado de los días y la mordedura de las horas. Escuchar Losing Sleep (y pagar por ello, porque este hombre se tiene merecido cada euro que desembolses) es una experiencia estimulante, de confianza en el ser humano, en la necesidad de crear y seguir adelante, con una sonrisa irónica o una muesca agradable de desencanto. Edwyn Collins, qué tipo.


Yo al Sr. Collins (es padre de familia) le conocí de adolescente con su hit imbatible "A Girl Like You", que sonó mucho una temporada en las radiofórmulas y las cadenas de música televisada. Lo volví a reencontrar en la universidad gracias a un amigo vestido de negro, y desde entonces no me he separado nunca demasiado de él (de Collins, del amigo no sé mucho). Tiene la curiosa habilidad de que cada día le admire más, y esa voz de bardo inglés borrachuzo resuene en mi cabeza cuando la tarde se vuelve gris y la tristeza se hace norma. Pero lo más alucinante, con sinceridad, de sus canciones, es que muchas tienen un verdadero e indefinible impulso vital. Va a ser verdad que, al final, esto de la vida merece la pena.











[El último Edwyn Collins, más Collins que nunca]


jueves, 7 de abril de 2011

Dinamitando prejuicios bobos

Sé que puede parecer frívolo hablar de una película como Napoleon Dynamite en un día en que cientos de jóvenes salen por las calles de Madrid para protestar por la rampante precariedad laboral (el que pueda ser precario, que hay quien ni puede), pero resulta que volver a ver este filme produce una amplia sonrisa difícil de desinstalar, y además, ya está la columna de ileon.com para quejarme del mundo (lean y me cuentan). La cultura del pardillo (o nerd para los norteamericanos) en el cine nos ha dado muchos y muy buenos momentos. Porque no nos engañemos, no siempre hemos sido los más "populares" (por utilizar otro concepto yankee) y sí nos hemos sentido todos cerca del que no es sonreído por la chica guapa y sí por las pelis de La Guerra de las Galaxias. Siempre fue la gente más divertida. Supongo que por eso me gusta tanto Big Bang Theory, porque me siento de los suyos, con sus neuras ágiles y su sistema de valores. El dinero y la fama para los que están vacíos de todo (aunque si sobra, que avisen, que no llega uno muy boyante a fin de mes).


Napoleon Dynamite es la historia de un freak en toda regla en su paso por el instituto, su particular historia con los abusones, los ligues y las formas más o menos útiles de soportar el tedio. No se mientan a sí mismos, el instituto no es tan molón, no pasan cosas tan divertidas, más bien es un preámbulo de lo que nos encontraremos en la vida y en nuestras deformes relaciones humanas (ay). Aunque en esta etapa al menos se tiene un artefacto como el humor, más peligroso que la dinamita y más sano que unas espinacas frescas. Ah, y voten por Pedro. Vean y entenderán. Yo lo haría.






[Primer single del nuevo álbum de The Kills. El rock como estilo vital sacro]