sábado, 29 de diciembre de 2012

Reacción leonesa


No se ha acabado el mundo. Menos mal, tenía(mos) mucho por leer y escuchar. Demasiadas cosas pendientes. Además de recordar (de nuevo) que León continúa agotadoramente imparable. El pasado jueves había tantas actividades que sólo la omnipresencia podía cumplir con todo. Aniversario de Bici Crítica, Javier M. Llamazares presentando nuevo libro de relatos, los mejores poetas de la ciudad leyendo en Miserias y la proyección del documental incluido en el nuevo libro-dvd de Cooper, al que tuve el honor de asistir acompañando a sus responsables, al realizador Juan Marigorta y al líder de Cooper, Alejandro Díez (además de Carlos del Riego y López Castellanos). Está claro que algo ocurre cuando la ciudad hierve de este modo. No hay que olvidar que Alejandro es de los que siempre ha estado activo, dando forma creativa a esta ciudad de frío (fue él quien creó hace ya cerca de 25 años el festival leonés por antonomasia, el Purple Weekend, aunque hoy no lo dirija y poco tenga que ver con sus premisas iniciales). Alex "Cooper" (ex-líder de Los Flechazos, una de las bandas señeras del León más internacional) ha sacado más de sí mismo, una vuelta de tuerca visual que lleva por título A propósito de mi universo, un perfecto resumen del periplo actual del músico que definió toda una época y que hoy sigue siendo un imprescindible.






Alejandro y los suyos decidieron grabar hace tiempo su último álbum en los estudios Konk (propiedad de Mr. Ray Davies, The Kinks), situación más que ideal para dar forma a un documental preciosista (la pericia y maestría de Juan Marigorta se deja ver en cada pequeño detalle) que recorre esos días en un Londres posmoderno que cada vez mira más de reojo su pasado analógico (los estudios estaban a punto de cerrar durante la grabación). Más allá de un proceso de toma de decisiones musicales y técnicas, el documental ofrece una maravilllosa aproximación al estado actual de las cosas, en lo personal y en lo musical. Ahora la poca o mucha pasión preside todos los actos, la melancolía se instala ligeramente como un inquilino maduro (Buenas días, tristeza sobrevuela literariamente el relato y los ánimos), además de lograr sueños de muy distinto tipo y ver, por fin, que en el arte (musical, literario o cinematográfico) sólo se han quedado quienes de verdad amaban estas cosas. Cuando el dinero, la prensa y absolutamente todo ha huido, sólo queda esta extraña neurosis por crear. A veces el único alimento posible. Y de ello se está nutriendo un León que mira hacia adelante sin dejar a un lado el pasado. Ya decía Godard aquello de clásico igual a moderno. Y ahí seguimos, insistiendo y ampliando nuestros respectivos universos.








[Cooper, pop en el callejón]






miércoles, 19 de diciembre de 2012

A dos días del fin


A dos días de un hipotético fin del mundo, el balance general no resulta demasiado positivo. Las cosas están tan decididamente mal que mirar a otro lado es ya en sí un lujo. Parece tan evidente y pueril que resulta irritante esa inercia tonta que nos arrastra todos las mañanas. Se cacarea un deseable optimismo que es ya prácticamente excepcional, cuando no imposible. Ejemplos sobran. Las cifras tampoco suelen mentir, desde el desempleo a la morosidad o el aumento de los índices de pobreza en un país también teóricamente desarrollado. Reaccionar es lo mínimo, la única ética responsable/ respetable. Leía hace tiempo que algunos datos que manejamos son propios de países que han sufrido una reciente guerra civil (quizá la hemos sufrido, pero más de tipo económico). El sentido común nos dice que las malas rachas pasan, igual que las buenas, aunque leer un reportaje sobre la multitud de población nacional que ya se les considera pobres energéticos (no tienen ni siquiera para electricidad o calefacción) y que su número actual ronda el 17%, es más que preocupante. Y eso no lo salva ni la mayor positividad posible. El frío o el hambre no entienden de esperas o discursos grandilocuentes.






Supongo que es el más absoluto declive de un sistema, una forma de vida o lo que narices sea esto que, básicamente, destruye a unos para beneficio de otros. Las desigualdades aumentan, no es nuevo, aunque lo estemos comenzando a asumir con naturalidad. Una conocida marca de embutidos crea anuncios buenrollistas cuando recientemente ha despedido a muchos de sus empleados. Las contradicciones de la posmodernidad. Luego se habla de brotes verdes, un par de partidos de Liga, una exclusiva de Belén Esteban o un proceso independentista, y nuestra conciencia se arrincona como un conejillo asustado. No creo en un mundo donde las ventas de artículos de lujo no paran de crecer (Ferrari aumentará sus ventas un 10%) y millones de personas tienen que verse con la necesidad, el hambre o incluso la sed todos los días. Recortes como filosofía de vida, mientras las grandes fortunas aumentan sus beneficios y plusvalías. Es más que una injusticia, es una guerra entre semejantes, y como decía aquel conocido economista, todos sabemos quien va ganando. En dos días, dicen los profetas de la tribu, esto petará. Estaba tardando. Lo estamos haciendo tan mal (pese a los buenos deseos e intentos de muchos) que es prácticamente un milagro que no nos hayamos cargado el planeta antes. Que todo esto dure hasta el viernes o hasta fin de año, solo puede ser un regalo de los dioses.









[The One I Love, acércate a quien amas]






jueves, 13 de diciembre de 2012

The Fall contra el mundo


Hacerse con discos de The Fall es la más extraña de las adicciones. Con el añadido de inmensas dosis de azar. Adicción, digo, porque The Fall es siempre lo mismo, exactamente lo mismo (la voz monocorde y fría de Mark E. Smith como liturgia decadente acompañada de ciertos sonidos, perfecta para el caos reciente en que vivimos). Azar porque The Fall ha editado decenas y decenas de discos que solo un especialista de los británicos podría saberse de memoria (bueno, The Fall son básicamente el sr. Smith, lo digo sin quitar mérito a su ex-mujer, que también fue parte integral de la banda en los ochenta). Me he hecho recientemente con una reedición de Grotesque (1980), un álbum gélido, ruidista, joven e increíblemente apasionado. La primera inmersión me ha dejado desorientado, confuso, como una escucha repetitiva de The Jesus and Mary Chain. Era de esperar del hombre que dijo que The Smiths abandonaron cuando empezaban a hacerlo bien.






Recuerdo una ocasión, hace ya unos años, en que decidí acercarme a un popular festival en la ciudad de Barcelona. Y la última intención de esa aproximación fue sin duda ver en vivo a este hombre. Lo recuerdo así. Llegamos tarde. Era uno de los grupos que abría el primer día. Carpa grande. Escenario principal. Había bastante público (unas cuatro o cinco mil personas), aunque la gente se dedicaba más a hablar entre sí que a escuchar. Y allí pude ver a un hombre vestido de riguroso negro, más como un Raphael cañí o un concentrado jugador de dominó que la estrella del underground que esperaba ver. Solo pude escuchar cinco o seis canciones. Él se movía lentamente por el escenario. Se acercaba a los músicos y les daba algunas indicaciones. Smith era viejo y mantenía esa voz que lo había subido a los escenarios durante varias décadas. Transmitía el enfado y la desidia propias del Rey de Manchester. Todo correcto. The Fall, la caída, el otoño.








[Dead Beat Descent, The Fall apoderándose del futuro]













lunes, 26 de noviembre de 2012

Cinco libros para transformar(se)





1984, George Orwell

Un clásico. Uno de los títulos más visionarios de todos los tiempos. El manual perfecto para detectar las mentiras del poder y nuestro infinito grado de sumisión. Asusta pensar cómo un solo autor dio tanto en el clavo. Ideado tras observar los efectos del poder absoluto en la Unión Soviética, hoy es aplicable a cualquier democracia moderna no receptiva a las demandas populares (de aquí salió la idea del Gran Hermano todopoderoso). Tal vez la mejor guía para comprender la deriva totalitaria de nuestro tiempo (que aparenta no serlo). Y para colmo es buenísima literatura. Indispensable.


Los ejércitos de la noche, Norman Mailer

La verdad puede ser la mejor de las novelas. Bien lo sabía Truman Capote, pero también Norman Mailer. Con Los ejércitos de la noche Mailer ofreció el punto de vista interior de un hombre que forma parte de los hechos. No como espectador intelectual o diletante pasivo. El libro narra todo lo relacionado con las protestas para frenar la guerra de Vietnam en el Washinton de 1967. Desde los calabozos más humillantes al espíritu insurrecto de una generación que se levantó para volver a caer con el tiempo. Eso no obvia el gran talento escrito de Mailer y la importancia de lo sucedido. La técnica es perfecta, demoledora. Uno tiene la sensación de que en la narrativa contemporánea no se puede ser más preciso que el maestro norteamericano en este gran libro. Desde entonces, de los escritores también se espera acción, no sólo escritura.     
                                                    

Guía, Dennis Cooper

El último maldito vivo. El norteamericano Dennis Cooper vuelve aquí a dar rienda suelta a sus muchas fobias y filias personales (especialmente estas últimas). Drogas alucinógenas, hardcore y homosexualidad palpitante llevada a a su grado más extremo y literario. En nuestro país el prólogo corrió a cargo de Nacho Vegas, que no dejó de laurear a este enfant terrible amigo de toda la plana rock más yonqui. Willliam Burroughs llegó a decir de él que era el nuevo enviado. Cuenta también el bueno de Nacho que solía llevar una camiseta con el nombre del autor para lucir y epatar en Benicàssim. Falló. Cosas de la vida, a estas alturas solemos pensar que estamos preparados para leer casi cualquier cosa, este libro (también otros de Dennis Cooper) le demostrará que no. Conozca sus límites mentales, puede ser fascinante.


¿De qué vas?, William Sutcliffe

Ya habrá sentido en su piel que viajar es casi obligatorio. Sin caer en aquello que se decía mucho en el madrileño Café Gijón: "Ah, ¿pero tú todavía viajas?", Sutcliffe prefiere hacer una crítica demoledora (y divertidísima) de esa clase media que se va a la India prácticamente como una obligación curricular. La historia cuenta cómo un adolescente británico acaba por irse al culo del mundo por mantener la frágil relación con una chica. De paso acabará descubriendo qué es eso del amor y que la India es un foco de mosquitos y enfermedades. El autor más prometedor de la Nueva Bretaña en su novela más deliciosamente despiadada. Conocerla es amarla.
                                                                                                                                                                        

Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, R. Vaneigem

Con el situacionismo pasó como con el surrealismo, que el personal se quedó sólo con el líder. Guy Debord y André Breton respectivamente (ambos bastante mandones). Este libro viene a demostrar que los segundos de a bordo pueden ser tan grandes o más. Si La sociedad del espectáculo de Debord era infumable (aunque había que decir que se había leído), el Tratado de Vaneigem resultaba una pura delicia. Todo claro, concreto, cercano y sin (demasiadas) dudas. Justo lo contrario que Debord. Este potente libro viene a demostrar que a veces es mejor conocer las sombras que la propia fachada de una idea. Hoy el situacionismo parece un nuevo decálogo subversivo en las carpetas de la mayoría. Comprendan perfectamente sus singulares instrucciones a través de este tratado de cambio interior y exterior.













[Foals, preparados para la transformación]
























jueves, 15 de noviembre de 2012

Fetichista de ti


Creo que la conocí en un bar. Sí, creo que sí. Llevaba un jersey rojo y el pelo algo revuelto. No supe distinguir muy bien el color de su pelo. Simplemente nos miramos y algo cálido nos recorrió la espalda a ambos. Sé perfectamente lo que digo. Hablamos, nos miramos a los ojos y sonreímos mucho (la sonrisa es lo más excitante de una mujer, no tengo muchas dudas a ese respecto). Acabamos en mi pequeña buhardilla, llena de libros y carteles en color de conciertos. Nos lanzamos literalmente a mi cama deshecha. Ella se desnudo con cierta fluidez (probablemente el alcohol ayudó bastante) y nos pusimos a besarnos como dos adolescentes lúbricos con acné. Ella me mordía. Le quité el sujetador y lo puse sobre un montón de libros de Wilhelm Reich, Foster Wallace y Norman Mailer. Los libros tenían polvo y páginas dobladas a la esquina. Sus piernas temblaban un poco. Llevaba unas bragas negras con pequeños lunares blancos. Seguí a lo mío. Ella respiraba fuerte y cerraba los ojos. Gemía suavemente, como un animal confiado que se deja acariciar.






Su pecho estaba duro. Y la piel estaba plagada de esos adorables puntitos erizados. Se tocaba a sí misma y sonreía moviendo los labios y las mejillas de una forma muy excitante. Sus ojos brillaban. Me desabotonó mi camisa de rayas y me pasó la lengua por el centro del pecho, dejando una pequeña línea de saliva fina. Luego se pusó encima de mí y comenzó a frotarse lentamente. Gemía cada vez más fuerte. Se levantó ágil, se quitó las bragas y las lanzó lejos. Entonces nos pusimos a ello con una entrega apasionada, dura. El sexo fue fantástico. Perfecto como el champán frío. Sudábamos de un modo maratoniano. Al acabar ella miraba hacia el techo, en silencio y algo distante. No dijo nada en un rato. Yo tenía esa típica sonrisa tonta, así que preferí no hablar. Nos quedamos medio dormidos sin apenas decir nada, con la luz encedida y la música de la radio de fondo. Decidió quedarse a dormir conmigo. Cuando me desperté a la mañana siguiente no estaba. Se había ido. Como pude comprobar poco después, me había robado mi ordenador portátil y unos cuantos cedés. Me dejó a cambio sus bragas sobre el montón de libros de mi mesita. Las guardé en un cajón y me pusé a leer como si nada, mientras pensaba en sus pasos fieros sin nada bajo la falda y con mi ordenador bajo el brazo. En el metro más feo de Europa, que decía la canción.









[Creo que Talk Talk sonaban en la radio]











domingo, 11 de noviembre de 2012

Largen y el nuevo escenario leonés


Parece la noticia de la semana. Largen y cía. han montado el pollo en la Universidad de León con un tal Manolo en pelotas, pasamontañas mediante y proclamas pseudohippies de otro tiempo (eso de "follémonos al Estado" me parece muy en el fondo de camisas de flores). Un batiburrillo, vamos. Y como León es un pueblo grande fácil de impresionar, pues ya está montada. Muchos lo han definido como "pornoterrorismo" (o eso dice la prensa bienpensante) cuando no es la acepción más exacta, la verdad, más bien resulta una ampliación local algo pobre de los conceptos de Diana J. Torres (perfectamente expuestos en Pornoterrorismo (Txalaparta, 2011), libro del año perfectamente reseñado en este blog). Pero mientras en la srta. Torres veo cierta intención crítica profunda, neofeminismo y deseos indirectos de cambiar el mundo, en esta nueva y extraña perfomance intuyo un mucho de provocación soft (otra cosa es que aquí se asusten con poco), algo de reivindicación personal y bastante viralidad curiosa (ya decía Gautier aquello de "Antes la barbarie que el aburrimiento", y de eso pecamos, no hay que engañarse). Esto no quita para que admire la estética y gran parte del discurso de Javier Largen y todo lo que le rodea. Aunque eso es otra cuestión que no viene al caso.







El problema está cuando esa misma Universidad decide denunciarlo, poner demandas y demás, demostrando su increíble pobreza intelectual y el escaso uso y asimilación de la ironía en una etapa social y económica tan al límite como esta. Eso quizá signique que hay que volver sobre los pasos ya dados, rehacer parte del camino y desarrollar una crítica más global y primaria (tal vez todo esté por hacer). Ironía de doble calado cuando gran parte de las instituciones de este país se han demostrado falibles y corruptas hasta la extenuación, y la universidad no parece una excepción. Cuando además, para colmo, hoy por hoy sólo es una fábrica generadora de desempleados y futuros inmigrantes. La autocrítica es saludable y a la Universidad de León el bueno de Javier Largen se lo ha venido a traer a las mismas puertas de la facultad de Filosofía (bendita metáfora). No verán el favor, claro. Preferirán seguir como hasta ahora. Lo que no debemos olvidar, creo, es el necesario derecho de expresión, tanto a nivel creativo como personal. Es más, se han gastado muchas energías para que Largen pueda hacer estas u otras cosas, y, porque no lo olvidemos, una pilila enmascarada no es una amenaza ni hace daño a nadie, salvo a algunas mentes en declive. Y quizá son demasiadas.









[Beastie Boys, fight for your rights]






martes, 6 de noviembre de 2012

Ruby Sparks, amor a primera vista


Una idea es mucho. Lo es casi todo. Y Ruby Sparks posee una gran idea. Estimulante, atractiva y perfecta para dar el pelotazo. Si además la película cuenta con los directores de esa gran joya que fue Pequeña Miss Sunshine, el viento sólo puede soplar a su favor. Y lo hace. Lo hace gran parte del tiempo. Al final la cosa declina y acaba por convertirse en una versión soft de buenos sentimientos que parecen perseguir una traducción inmediata en caja. Pero eso es al final. Vayamos por partes. Ruby Sparks cuenta la historia de un jovencísimo escritor con un importante éxito con su primera obra (quién pillara algo así, por aquí ningún autor ha visto algo remotamente parecido) y que ahora se encuentra con dificultades para dar forma a su segunda gran historia. Pero la magia aparece. Comienza a soñar con una chica y decide trasladarla al papel. Y cosas de la literatura, el amor o la soledad, quién sabe, el personaje se convierte en real, en una estupenda peliroja que parece ser el sueño de cualquier indie solitario de bien. De bien, porque a nuestro imberbe protagonista parece no faltarle el dinero, ni los recursos, convirtiendo este hecho en el mayor rasgo de ficción del film, muy por encima de la encarnación de un personaje literario. 




Cosas de una buena idea, pese a todo, porque al final resulta fácil identificarse con un autor inseguro y neurótico, una especie de Woody Allen que pretende ser el próximo J.D. Salinger. Ahí es nada. La magia asoma de nuevo. Con ecos de Pirandello, del cine indie más resultón y con mejor factura posible, Ruby Sparks se convierte por derecho propio en lo más recomendable actualmente en nuestras pantallas. Mientras los cines parecen crecer (o decrecer) a base de disparos de bala, efectos especiales y músculos hiperdesarrollados, esta cinta vuelve a contarnos una pequeña historia, una de esas que tanto necesitamos, de las que van directamente a nuestra imaginación en desuso de pequeñoburgueses descreídos y cínicos. Quizá la magia del amor. Eso que hoy parece un cuento chino y que es justo una de las últimas (y escasas) tablas de salvación en esta realidad insulsa del "sálvese quien pueda". Aunque insisto, ese final (no se lo contaré) es francamente mejorable, aunque les adelanto algo, es como si un ejército de productores se hubiese remangado y decidido podar todo lo extraordinario de la cinta para adecuarla a un supuesto aumento de los ingresos. Tiene uno de esos finales de novela de mil y pico páginas, que satisface a la mayoría y enerba al público más exigente (sí, creo ser público exigente). El resto, ya digo, lo más disfrutable de nuestra actual cartelera. Un brillo en la ciénaga de nuestro tiempo. Recordarla me trae una sonrisa.









[Ruby Sparks, la magia de la escritura]





jueves, 25 de octubre de 2012

Pausa, lluvia y Rolling Stones


Demasiada pose ahí fuera. Demasiada. Ambos lo sabemos. Por suerte los Rolling Stones tocarán en París por sorpresa. Al final todo acaba por ocurrir en París (los libros y la música suceden más a menudo en París). O eso quiero pensar. Por cierto, no se lo he contado nunca a nadie, muchas veces sueño que veo conciertos de los Stones en esta fría ciudad del norte. Se ha puesto a llover y he pensado inmediatamente en esa risa tuya. Hay sonrisas mejores que otras. La lluvia trae cierto optimismo, cierta confortabilidad. Ver películas y echar de menos tu olor a cigarrillos.















[The Last Time, Rolling Stones con actitud de eternidad]






lunes, 15 de octubre de 2012

Gandía Shore y el nuevo credo


Gandía Shore lo prometía todo. El absoluto. Quizá más. Jersey Shore se había convertido en una nueva vuelta de tuerca con inmenso potencial que se había exprimido hasta el hartazgo (MTV lo ponía hora sí, hora también, en su nueva y hormonadísima parrilla española). Para los que no sepan del fenómeno Jersey Shore, les hago un rápido resumen. Visto que nadie vende discos, y visto que interesa más la vida privada del personal (entre más íntima mejor, ya volveremos a este punto), MTV tuvo una visión: juntar a ocho chavales a mojar todo lo posible en una casa de la playa allá por las Américas. Fiesta, rayos UVA y sexo a tutiplen. Para que nadie los tachara de excesivamente jetas, se les ponían a currar un rato en una tienda de camisetas (aunque la mitad de las veces no aparecían o se quedaban dormidos allí mismo). Meter la mirada en algo así era como comer con las manos, ya está dicho en alguna parte, entre culpable y cargado hasta las cejas de calorías y grasas polisaturadas. Follamigos perpetuamente colocados, golpes noctámbulos y diurnos, bronca y amistad de perfil bajo, una fiesta prolongada bajo las sábanas y los primeros rayos de sol, el cuarto de los ligues y la más absoluta de las ineficacias hipermusculadas para vivir una vida tal y como la conocíamos. Algo así como nuestros ni-nis más ortodoxos, pero a lo yanqui.








Claro, la cosa iba de sumar. Si estos barrasyestrellas eran capaces de algo así, el país del calimocho no podía quedarse atrás. El potencial era inmenso. Infinito, diría yo. Varias generaciones educadas en Gran Hermano obrarían el milagro con facilidad. Por eso Gandía Shore es perfecto. Perfecto en su grado cero al mal gusto, lo hortera y el culto a yo qué sé qué (en esencia, a algo similar al placer en su nivel más primario). Por ser justos y añadir variables, tampoco debería olvidarse que John Waters apostó a los mismos valores y hoy es algo así como alta cultura en determinados círculos (Almodóvar siguió esa estela en Pepi, Luci y Bom..., con una Alaska meando porque sí a Carmen Maura). El moderneo es inescrutable. Y Gandía Shore tiene la posibilidad de engatusar a la fauna más descreída (Jersey Shore ya lo hizo). En tiempos transgénicos, de crisis epidémicas, Gandía Shore se convierte en el punto de sal que faltaba a la paella global. Tal vez más clásicos que nadie (Demócrito noqueado bajo el ala), y sin ninguna conciencia de ello, han venido a instalar el placer orgánico en el centro de la fórmula televisa y social. Saciar la mirada como perversos deglutidores romanos (calígulas pequeñoburgueses demasiado esclavizados por las deudas y el pasado). El placer lo queremos ya, aquí y ahora, el mañana no es valioso (otra confirmación más de la decadencia de los sufridos valores católicos en las muchas y muy nuevas generaciones sin futuro). Placer presente, para el que pueda pagarlo. Este es el nuevo credo. Amén.








[Alaska antes de su deriva Vaquerizo, folclorismo punk y demás]










miércoles, 3 de octubre de 2012

Leer con estilo


Mejor lo móvil que lo inmóvil. Mejor arrastrase sin fuerzas que claudicar. Eso dicen los periódicos, los padres serios y algunos libros mal escritos. Todos parecen coincidir. Escribir algo, borrarlo y comenzar de nuevo. Un disparo en la frente. Otro más. Los escritores se hacen fotos en los lugares más inverosímiles. Lo habitual es con muchos libros detrás, pero creo que es aburrido y de otro tiempo. Ahora salen en contrapicados y con camisas de color. Así son las cosas. Leo por ahí que hay una librería en Madrid que regala libros. Valen donaciones y tarta de chocolate. Tal vez sea precioso o tal vez sea triste. Difícil predecirlo. La calma, dicen, antecede a la tormenta. Por poner ejemplos, mañana mismo parece un día idéntico a los demas. Pero no lo es, nunca lo es. Cada día está en juego todo. Por eso es mejor despertarse rodeado de libros sin leer. En buena compañía. En silencio. Parece lo más razonable cuando los objetos callan.















[Inspiral Carpets, la última generación ácida]







sábado, 15 de septiembre de 2012

Kiko Amat, travesía pop


Anda uno tarde con Kiko Amat. Cuando todo el mundo tiene ya claro clarísimo lo de este catalán de mirada aviesa, llego yo, leo Mil violines y quedo más noqueado que un Foreman de segunda. Totalmente noqueado, además. Hecho, por cierto, que no se ha repitido con su éxito Cosas que hacen Bum (más allá de sus cincuenta primeras páginas). Pero ese es otro tema. Vayamos primero con Mil violines (Reservoir Books/ Mondadori). El libro posee todos (o casi todos) los elementos que últimamente le pido a una obra de calidad, a saber, corazón, ternura y juventud. Y por si eso fuera poco, pop o variantes pop hasta la extenuación (una especie de particular guinda personal). Desde el no-culto a Morrisey (The Smiths), pasando por los Jam o por ese odio profundo y visceral en forma de lista pormenorizada con Queen, Elton John, Deep Purple o ABBA (estos últimos todavía no he conseguido comprender cómo le pueden gustar a alguien, moderneo incluido). Ya digo, una lista de odios que prácticamente firmaría. Esto va al final de Mil violines, como broche rabiosamente pop, porque antes aparecen mil filias y estancias por la Gran Bretaña en las que me resulta prácticamente imposible no verme reflejado; un retrato del joven medio nacional amante de la música, los libros y la sensibilidad siempre mal comprendida por el resto. Porque Mil violines es la vida de Amat, pero podría ser la de cualquier otro, compulsivamente coleccionista, desnortado y superviviente (sobre todo superviviente).  






Decía antes que con Cosas que hacen Bum (Anagrama) no me ocurrió lo mismo. Más allá de un inicio demoledoramente subverviso y situacionista, tengo la sensación de que Amat se pierde pronto en sentimientos y discursos demasiado diletantes y nada esclarecedores para el cómodo ciudadano de hoy día, en el fondo es distante y tal vez sólo escribe para sí mismo (aunque puede que esta misma afirmación le resulte extrañamente halagadora, siempre se ha declarado coleccionista contradictorio de sus críticas negativas en prensa y demás). Me falta todavía por leer su Rompepistas (Anagrama), aunque tengo la sensación/intuición de que nada superará ese impacto inicial de su libro más musical (la pasión siempre se transmite). Porque Kiko Amat, hay que decirlo, es un hombre de estilo, un esteticista máximo (entre mod y skinhead confuso), y en el fondo sigue esa proclama bukowskiana que dice que: "El estilo significa no llevar coraza de ningún tipo. Parapeto de tipo alguno. Estilo significa completa naturalidad. Un hombre solo con billones de personas alrededor" (debidamente citado en Mil violines). Lo que no evita un enfrentamiento abierto del catalán con el posmodernismo más vacío e insufrible, con la apariencia más simplona o la baja autocrítica. Amat me resulta desde ya un nuevo faro (aunque sus novelas sean francamente mejorables), alguien que continúa con mejoras aquel Héroes (Punto de Lectura) de Ray Loriga, que más que otra cosa tiene por objetivo aunar literatura y pop hasta las últimas consecuencias (Nick Hornby y todas sus variantes). La última de las bendiciones de Occidente. Su último suspiro. Su sacrosanta y placentera nueva esperanza.









[Morrisey, el hombre que amabas odiar (¿o era al revés?)]








miércoles, 29 de agosto de 2012

Revisando Trainspotting


Reencontrarse hoy con Trainspotting es hacerlo con ese cine reciente que pretendía desmontar el mundo (si eso puede ser vagamente posible) y de paso observar, a ratos con sonrisa incrédula a ratos con algo de amargura, al joven límite de aquellos terribles (y magníficos) noventa. Probablemente la cinta no derrumbó nada (a lo más, sirvió de pseudoeducación marchita en materia de drogas en más de un instituto). Todo continuó su marcha exactamente igual, pero hete aquí que la vida ha ido dando giros y encontrarse de nuevo con algunas de sus escenas tiene mucho de valor anticipatorio. De ahí, claro, ese especie de conversión progresiva en clásico contemporáneo (no sólo por sus mayúsculas cualidades artísticas).

Una revisión a estas alturas es necesaria, incluso imprescindible para comprender cierta evolución en las formas y derivas actuales (principalmente nuestras formas y derivas actuales, ya se habrán dado cuenta que lo de la droga es sólo uno de los pequeños temas a tratar). Pongámonos en antecedentes. Trainspotting, cuando menos, fue un hito comercial/existencial de los noventa y una referencia innegable de mi generación y aledañas (como también lo fue su impagable banda sonora, que la mayoría nos conocemos al dedillo). Recuerdo con total claridad ver ese póster naranja y blanco en la mitad de las habitaciones de estudiantes que conocí, y no porque fuéramos yonquis o pretendieramos serlo (a la mayoría nos revolvía las tripas un simple análisis de sangre). No, ya digo, no era eso. No creíamos, ni mucho menos, en la marginalidad (al contrario, de aquella pensábamos que el futuro era nuestro a placer, nos las prometíamos paradigmáticamente felices). Andábamos detrás de otras historias. Pero la cosa, ya saben, se torció.






Y es ahí justamente donde reside el mayor valor actual de Trainspotting (amén de su ironía posmoderna, diálogos sobresalientes y más de una broma instalada en el imaginario colectivo). Su principal valía es la profunda predicción global de la cinta. Ese comienzo ("Elige la vida. Elige un empleo...") no era más que un aviso amargo que se nos hacía a una generación ingenua, medianamente caprichosa y acostumbrada a que las cosas salieran siempre bien. Trainspotting lo insinuaba (te la van a jugar, amigo), y cosas de entonces, reíamos y repetíamos ese extraño escupitajo de cualidades literarias -sigue siendo plenamente reivindicable la novela de Irvine Welsh- con un algo de alivio en nuestra maltrecha vida (nada comparable con lo que se nos avecinaba, claro).

Ahí estaban los toques de atención con el desempleo, el asunto de hipotecar vidas (e inmuebles), desencanto, parejas que no funcionaban, dolor, la gilipollez general (que era la nuestra), la violencia, el derrumbe de las amistades... Todo compensable con nuestra juventud y nuestro inmenso deseo de merendarnos el mundo. Mark Renton no era más que un chiquillo despierto, pensábamos (como podríamos serlo nosotros). Y no, no era eso, Renton era un jeta, un perfecto egoísta que ya entonces no creía en nada. Al final ni siquiera en drogarse o evadirse de esta irrespirable realidad. Sólo el dinero, el maldito dinero, una vez más. Trainspotting era (y sigue siendo) un toque de atención con las odiosas reglas del juego. Al poco Iggy Pop ya estaba vendiendo su pecho brillante a una marca de perfume muy chic. Otro intento fallido. Y la mayoría sin enterarse.









[Desde las cloacas de Escocia al corazón de Occidente. Trainspotting, un sorprendente aviso de la Historia]







martes, 21 de agosto de 2012

Envenenados por la edad


Soy un fan confeso de Larry Clark. Creo haberlo dejado claro aquí y en varios artículos por ahí publicados. Más que en en su cine (con ciertas deficiencias narrativas y de guión), creo en su estética, en su modo de entender la imagen posmoderna y su protagonista supremo, el adolescente en caída libre (hacia ninguna parte). Ya desde aquel libro fundamental que fue Tulsa, Clark no ha dejado de desarrollar y ampliar el mundo adolescente hasta sus extremos más vergonzantes y heroicos. Porque aunque pueda sonar a tópico y frase hecha, es cierto que en su caso no los juzga o los imprime de moralina de segunda o lecciones fáciles para iniciados en esto del vivir (un defecto demasiado común en el cine de Hollywood). Clark entiende a la perfección que ellos guardan un secreto, una visión única y esclarecedora de la sociedad y sus muchos defectos. De hecho, parece señalar que son su más fiel reflejo, su enfermedad y contradicción, tal vez su única esperanza. Seres puros que pululan entre lo infecto. No hay que olvidar tampoco que poseen ese valor tan ostentoso y molesto, la juventud y la no fatiga. Todo el cine y fotografía de Larry Clark no es más que un canto -hermoso y en bastante medida admirativo- a esos chicos y chicas que viven al límite, próximos al delito, las drogas o el sexo sin protección. Un continuo deambular por su interior y que inevitablemente siempre parece acabar en más dosis de dolor. Condenados por quererlo todo.





Another day in paradise (traducido aquí desastrosamente por Al final del Edén) es el segundo largometraje de Clark, después de aquel hito fundacional que fue Kids y que nos dejo a todos sobrecogidos durante demasiado tiempo. Pasado el efecto sorpresa de aquel Nueva York hedonista y sin ningún tipo de futuro para el joven medio (más allá del sexo fugaz, las drogas y los monopatines), Clark decide hacerse con  un par de nombres respetables, la Griffith y James Woods, como sendos compañeros de correrías y de paso dar solvencia a su propuesta en las taquilllas comerciales. Un maldito con abultada cuenta bancaria, que siempre se lleva mejor (o ahí estaba, creo, la aparente pretensión). Ahora la historia va de un par de quinceañeros  que se asocian con dos convictos maduros habituados al pillaje profesional. Algo así como dos dúos de Bonnie & Clyde. La cinta desluce en algún momento, la verdad, eso no evita momentos memorables y algún otro verdaderamente fascinante. Una banda sonora de alma negra y un descenso a los infiernos irregularmente creíble. Con todo, Another day in paradise no deja de ser lo que todo proyecto de Clark acaba siendo, una vuelta de tuerca más a la hora de comprender ese universo adolescente, infatigable y en infinita subversión con los otros. Sí, nosotros, los adultos más odiosos. Envenenados por la edad.













[Primera parte. Extensiones terrenales del paraíso]







jueves, 9 de agosto de 2012

Manual para un posible apocalipsis


Por fin lo tengo en mis manos. Por fin lo he leído-bebido como un manatial. Creo que estoy/estamos ante una obra visionaria, un verdadero signo de los tiempos. Y sí, hablo de El hombre del tiempo muerto (Origami, 2012), el nuevo objeto incendiario de Alfonso Xen Rabanal. Si muchos se han empeñado en ver lejos, muy lejos, las posibles respuestas, deberían sorprenderse y muchísimo cuando las encuentren todas juntas, bien empaquetaditas, aquí, y no en el Financial Times (la economía es sólo una parte de la realidad, por mucho que se empeñen obsesivamente algunos). El tiempo del hombre muerto es lo más parecido a un grito agudo en esta desesperante sociedad atrofiada e inhumana, no es extraño pues identificarse, poética y vitalmente, con la mayor parte de la narración-verso que incluye esta obra fundamental y viva, demasiado viva para cualquier lector (casi palpita como un corazón arrancado del pecho). Por eso no puedo más que asentir y sufrir en la multitud de sus líneas divergentes ("Que sí, tú... que la culpa es de los inmigrantes, las mujeres, los funcionarios... de todo dios menos de esa parte de nosotros que vive engañada por el paraíso ficticio..." y sigue, porque la cosa sigue), perderme, desorientarme o volver a hacerme las preguntas de siempre ("Vivimos ya los tiempos que no son nuestros... a cada generación le llega ese momento en el que decide pararse y se abandona... se deja ir..."). 






Y pensar, el cabrón vuelve a dar en la diana, otra vez, como esa gente que no deja de acertar y molesta mucho a nuestra verdad de medio pelo, sujeta en la inercia tonta de la nada. Demasiada verdad no es tolerable para los supervivientes. En ese punto estamos. Decía cierto escritor muerto, que la verdad es siempre poesía. Por eso mismo siento y defiendo este El hombre del tiempo muerto como una maratón puramente poético, un buen escupitajo en la frente, esa perfecta combinación de sangre, semén y orina que debe ser un buen libro. Aquí no faltan diatribas, divagaciones estilísticas, buceo al estilo Céline, la sombra de la muerte, Burroughs, cierto hedor conocido y esa agradable sensación de placer confortable mientras se habita el caos. Mr. Xen vuelve a dar en el clavo después de ese aviso anticipado que fue La cámara de niebla (Eclipsados, 2008). Pero si aquella cámara avisaba, este tiempo nos pilla ya incendiados y hartos de ir encima de un tren muerto que no lleva a ninguna parte, en todo caso a un fin predecible en el que no somos más que carne desgastada. Porque El hombre del tiempo muerto desconfía y mucho de la silicona, los gadgets, las falsas sonrisas... todo eso que aparentemente hace la vida mejor y que justamente dinamita esa verdad que últimamente ya parece un lujo de ociosos o nostálgicos. Están a tiempo de leer este manual del último y más reciente apocalipsis. Su última oportunidad.











[Lo venimos avisando... Agoreros de fin siglo, Lagartija Nick]







lunes, 30 de julio de 2012

Negando la mayor


El sistema me confunde. Cada día un poco más. Y lo de los Juegos Olímpicos es el último asalto. Estaba el otro día viendo sin querer (y sin pretenderlo) la gala de inauguración de los Juegos, en pleno año del hambre, y de repente comienzo a escuchar a The Who y su My Generation. Bien, en principio, pienso, revolución contenida y tal (ya es nostalgia oficial, para qué engañarnos), y poco después comienzo a oír otras notas con más rabia... son The Clash. Y entonces la chavalería que anima el cotarro aparece saltando, colorines con brillo y fuegos artificiales.Y vuelvo a meditar: ¿London Calling en unos Juegos Olímpicos? Pues sí, Londres ardiendo. Pero la cosa no queda ahí, no. Estos ingleses no tienen fondo (de tan patrióticos van a ir negando progresivamente el olimpismo). Suenan los Sex Pistols y esa voz inconfundible de Johnny Rotten aparece por los altavoces del bar en que me encuentro (con lo más granado de las letras locales, Xen Rabanal, Vicente Muñoz y Rafael Saravia) y unos cabezudos saltinbanquis con cresta aderazan la canción, en una especie de parodia del punk y épica músico-geográfica. No doy crédito. Pero la cosa sigue, vaya qué si sigue. Estoy digiriendo la versión burda y tonta del punk, y de repente puedo escuchar el Blue Monday de los New Order. Y entonces ya me quemo. Ardo por dentro. Estos no se han enterado de absolutamente nada.





New Order y su escuela Madchester (véase Happy Mondays y demás) es, probablemente, la mayor banda sonora de la drogadicción del siglo XX. Cuando el hombre blanco volvió a bailar lleno de éxtasis, ya saben, y se olvidó de todo. Y claro, eso no tiene mucho qué ver con los valores olímpicos ni nada por el estilo. Pero no contentos con esto se calzan un círculo amistoso en plan We are the world con el símbolo del Acid House. No doy crédito, no comprendo nada, me han pillado con el paso cambiado. Un desconocimiento tal me abruma. Tardo en asimilarlo y tardo en decir algo. Por suerte Xen nos cuenta que hay una teoría conspiradora que dice que van a hacer pruebas con las imágenes televisadas en estas Olimpiadas, en plan subliminal. Añade que hay otra teoría que dice que el príncipe Guillermo es en realidad el Anticristo. Y ya todo me parece posible, lógico, transparente y medianamente tangible. Esto es el fin. Y entonces veo la equipación del equipo español y no me queda ninguna duda. Ese tipo de letra, ese look empobrecido... Tal vez no sea el fin, sólo el nuestro y de todo aquel que nos roce. Amén (así sea) pues.









[O puede que todo sea perfecto. Grises todavía templados en la memoria del Carmencita Festival]









lunes, 23 de julio de 2012

Tiempos oscuros, héroes oscuros


Enésimo film sobre el hombre murciélago, y tercera entrega de la serie Batman por Christopher Nolan. Tercera cinta, digo, y épica final en torno al hombre atormentado y héroe anónimo que parece reflejarse y mimetizarse perfectamente en todas las décadas posibles, el hombre que vigila la ciudad desde las cornisas de nuestros rascacielos imposibles (será por ello que es el superhéroe urbano más filmado de todos). ¿Impresiones? Bueno, difícil no acercarse a las pantallas de los cines a ver al bueno de Christian Bale, enfundado en pseudocuero negro, con la enorme propaganda (incluido el asesino de Denver) y una entrega anterior con la mayor dosis de pensamiento reflexivo en una fórmula comercial reciente (al menos, que me venga a la memoria). Lo del asesino tuvo esos ecos a lo Baudrillard que tanto juego dan a la posmdernidad resabida (realidad y ficción confundidas para siempre, jóvenes que viven permanentemente como huida en un no-lugar (Gotham) y un largo número de diatribas qe darían para un par de libros-puzzle en una buena editorial de filosofía). Eso y y más, claro, aunque ciñéndonos a la nueva historia de Batman, debo decir que estoy un pelín desilusionado. La fotografía sigue siendo enérgica, la acción es ágil y gratificante, hay ideas de fondo acertadas, sorpresas de cuando en cuando...  y, aún con todo, echo de menos a aquel Jocker ingenioso y tocapelotas.



                          



Reconozco un interesante paralelismo con nuestro tiempo, esa insinuación atractiva y culpable por el caos (de nuevo Baudrillard, que ya decía respecto al 11-S aquello de "ellos lo hicieron, pero nosotros lo quisimos"). Y valoro la meditación filmada, aunque no deje de ver en Gotham una agradable metáfora, ya sea ardiendo o congelada (su revés). Aquí hay anarquía par dar y tomar. Pero echo de menos un malo malísimo en condiciones, ya digo, y no este fortachón asmático que le zumba a base de bien sin apenas esfuerzo (el capital tiene más mala leche y, ya lo sabrán de primera mano, es mucho más sesudo). Aunque es disfrutable hasta el hartazgo los fuegos artificiales, los consejos de empresa y esa sálvese quien pueda que ya todo el mundo da por asumido en esta realidad indignada y sin horizonte. Supongo que el último Batman (por el momento) tiene paradojas y contradicciones a doquier, y por ello tal vez sea el mejor retrato posible de este radiante y ópaco pozo sin fondo actual (difícil de asimilar para los mindundis residentes/ presos en él; lo entenderán en cuanto vean en pantalla esa prisión que habitamos todos últimamente y que tanto nos cuesta escalar). Al final, lo que echa uno de menos es la luz, y sinceramente en Batman apenas la veo por ninguna parte. Puede que únicamente en esa pueril cafetería soleada de Florencia. Tanto rodeo para acabar en un tópico. Ay.








[Lips like sugar, ecos y claroscuros]

















martes, 10 de julio de 2012

Young Adult, qué malo es hacerse viejo


Decía Pete Townshend (de The Who) aquello de que no hay que fiarse de alguien de más de 30. Y probablemente tenía razón. Lo peor, claro, es que todos hemos envejecido, y mucho (Townshend incluido, que arrastra todavía su cuerpo sordo por los escenarios). Una vez superada la treintena, las incongruencias, las decepciones y la nostalgia crecen como veneno en sangre. Todo esto viene porque hace muy poco he visto Young Adult. Y tengo que decirlo, me ha entusiasmado. Reconozco que era bastante descreído de ese indie resultón que fue Juno (que se tradujo en varios Oscar y una banda sonora con pegada que ruló por casi todas las manos posibles). Porque si en Juno había efectismo y emociones teen un tanto excesivas y en persecución tramposa de lo cool (por mucho que incluyera a mi adorado Michael Cera, más empanado que nunca), en Young Adult la fórmula de su guionista se ensancha y crece hasta dar como resultado un cóctel con mucho más cuerpo, severo y profundo de verdad, como la propia vida (aunque con más humor; los días, muchas veces, no tienen tanta gracia).




Young Adult es la historia de una escritora demacrada adicta al alcohol y las historias románticas. Tanto o tantísimo que decide ir en busca de su amor de instituto. La cuestión (siempre hay una cuestión) es que el chico está felizmente casado y con una niña. Es ilógico, pero una posibilidad, porque echamos de menos esos tiempos que para nuestra generación -como para la protagonista- estuvieron llenos de MTV y Nirvana. Aquella etapa que creímos perfecta, redonda y sin apenas vueltas a nuestra cabeza. Aunque todos sabemos que no fue así del todo. Lo que ocurre, quizá, es que nuestro presente sea tan retorcido y gris que aquello parezca ahora las mismísimas puertas del paraíso. Nos ha costado crecer. Pero siempre hay a quien le ha costado todavía más (y de eso va el arte, de exagerar y llegar a algún resultado). Mirar atrás y ver en qué nos hemos convertido (si nos parecemos a aquello que tanto imaginamos tumbados en nuestra cama). La "joven adulta" protagonista (una estratósferica Charlize Theron que merece hasta el último premio cinematográfico ideado por el hombre) se siente sola, desorientada e infeliz. El pack completo del ciudadano medio de las grandes urbes atestadas e individualistas. Y para conseguir la felicidad (esa que prometen los manuales de autoayuda) vale absolutamente todo: herir a los demás, ser cruel, aparentar solidaridad o volverse completamente egoísta. Olvidando que ese es justo el camino contrario para conseguirlo. Y en esas estamos desde entonces en Occidente. Pero mientras se viene abajo el imperio, no dejen de ver Young Adult. Una fábula (muy real) de nuestro tiempo.












[The Breeders, aquellas chicas y aquellos (agradables y mitificados) 90]










jueves, 5 de julio de 2012

Macaulay Culkin y fotos de presidentes muertos





Macaulay Culkin está más blanco que nunca. Creerme. Parece un espíritu lejano, distante, un olvido cruel de aquel niño sonriente que gritaba mucho y bien (mi hermano pequeño repetía en casa sus películas una y otra vez y por eso me las sé segundo a segundo, casi de memoria). Aparece cabizbajo y con el pelo ralo en los periódicos. Terry Richardson lo recicló hace tiempo y también se olvidó de él. Pienso bastante estas cosas en las terrazas frías de la ciudad, mientras sonrío ligeramente y como aceitunas en el Belmondo. Tenía mono de escritura (demasiado jaleo con este calor torpe de junio y julio, muchas presentaciones y pocas horas de sueño). Sin sueño parezco menos vivo. Supongo que la felicidad es sentirse pleno, y eso requiere horas de cama (en todos los sentidos). Han descubierto el bosón de Higgs ("el pegamento de la materia", dicen, qué grandísimo concepto, ay) y la luz de mi baño no deja de parpadear por mucho que la arregle. 

Reviso Clercks y escucho esas producciones agradables e imperfectas de Joe Meek. El mundo puede ser muy sencillo, la música puede ser muy sencilla, en blanco y negro y sin grandes pretensiones de cambiarlo todo. Fotos de presidentes muertos. Y una sonrisa como flotador de tercipelo. Adoro ver reír. Llevó mucho tiempo con el mismo libro. Convivo con cierta poesía y esa tardes largas que acaban de noche, con la mesa sucia y los espejos con marcas. Marcas con un nombre que no borro, como arqueología del pasado reciente. Y esa sensación de cansacio agradable, pesado, como un muerto amigo que convive con uno. Y luego, no sé porqué, me viene Nadia Comaneci a la cabeza, como una figura sagrada, una santa de mi pasado (lleno de películas, noticiarios y cómics heredados). Las horas caen de un lado porque tú estás de ese lado.












[Estilo de felicidad Ellis]








lunes, 18 de junio de 2012

Noches que parecen días




Llevo despierto más noches que días. Tengo ojeras y pocos deseos. Vivo dormido. Como una larga canción letargo que sabe a sal o labios secos (tal vez esta de El Perro del Mar). He visto últimamente de todo por ahí, alargando las palabras como suspiros de insania y deformidad. He llorado por aquí, sí, y luego las palabras parecían menos útiles, objetos de decoración que no decoraban nada, lámparas sin luz ni reflejo. Lanzo otro libro y la verdad parece más distante, lejana, como un cuerpo perfecto de mujer perfecta. Ganas de vomitar, de dormir, de no comer tanta comida basura y discos y libros que parecen guardar secretos y que luego, únicamente, alargan o pulen a cera las preguntas de toda la vida . Me cruzo conmigo mismo y no me reconozco, apenas levanto la vista y una de las cejas. Varias noches en el Nasti y esas mañanas que parecen la misma, repetida como un espejo (siempre digo que el Nasti está peor, pero acabo en el fondo de ese mismo sótano sucio y masificado). Viajar en metro. El olor a mar de Madrid. Ya decía alguien que "Madrid es el paraíso, si consigues soportarlo". Pero yo no lo soporto. Y regreso a esta ciudad-isla con nombre de fiera y ritmo de burgués o aristócrata inmóvil. León, ay. Y manos y abrazos de los que no reconoce uno el origen. Mi libro y mi cara en las fotos. Continúo sin verme. Alguien me abraza y me clava suavemente un hombro en el pecho, y todo parece menor, más ligero, un juego, una película mal rodada y poco presupuesto (este país es una película tibia, sin dinero y mucha palabrería). Apenas se lee, y mientras, los balcones aparecen llenos de banderas en un último acto de orgullo y testarudez. Todo nace y muere con cada nueva Madrugada...














[Y esta melodía que se me repite dentro como un mensaje secreto...]












jueves, 31 de mayo de 2012

Un nuevo libro, Madrugada





Una semana de estrenos, de exclusivas en red... una portada, un trailer que ya es casi como una película... Celia Novis, directora de cine, recreando una obra antes de que casi nadie la lea... bien hecho... the times are changing... la curiosidad... las futuras presentaciones... más pobre, también más feliz... Manolo Campoamor (uno de los posibles padres de todo esto) inaugurará en el Ateneo su nueva exposición mientras visitaré/presentaré/me reencontraré con Madrid... Madrid, que siempre es otro personaje valioso... Umbral decía que es un género en sí mismo... amo Madrid y amo sus libros... fotografías en las que parezco un Bret Easton Ellis más alto y más raro (si eso puede ocurrir en alguna de las realidades)... nosotros los raros, decía un libro... ay, los libros... me lleno de alergía... y sonrío porque alguien sonríe sin excusas... y escucho una y otra vez esa canción de Luna (nunca te imaginarías cuál)... envío mensajes en que hablo de cosas deliciosas... los telediarios dicen no sé qué del fin del mundo... y no hay tiempo para revoluciones... sonrío más, sonríes más... quizá mañana todo se vaya al garete... veo Doctor en Alaska... y pienso en Madrugada... sólo eso, un libro... 










[Un trailer...]





martes, 15 de mayo de 2012

Calor al contacto

Me envuelvo en el calor blanco de las sábanas, con tus inmensas y lúbricas piernas rodeándolo todo... Me muerdes, te muerdo ligeramente, como te gusta... Sangramos juntos por las rodillas, como dos niños que se han caído duro sobre el asfalto... Y nos agarramos del pelo para estirarlo un poco más, que siempre se puede, y lo sabes... Pierdo sudor y sangre, y me deshidrato lamiéndote los labios, que saben a sal robada de entre tus muslos... Me pasas la lengua por cada parte caliente de mi cuerpo y no puedo evitar resoplar fuerte y gemir... Y termino por poner tu cuerpo en otra posición... O acabas, acabamos por el suelo, sin soportar más calor insoportable y sin forma... Y veo tu camiseta rota sobre una silla, y tu sujetador y tus bragas hechos una bola negra de reflejos y polvo que brilla... De tan excitada que estás te muerdes a ti misma, y miras alrededor, buscando algo que agarrar con fuerza a tus tendones... Y los fluidos de ambos lo bañan todo como una laguna tibia de deseo... Cierras los ojos y gritas hacia dentro... Veo como te tiemblan los músculos de las piernas, el cuello, la frente... Te contraes como si fueras a morirte ahí mismo, frente a mí... Me estiro en la cama y miro el reloj-despertador... Y no se me ocurre otra cosa que poner esa cándida y enérgica versión de Sandie Shaw con los Smiths... Me tatuaría tu boca abierta y los Smiths por todo el brazo...













[Hand in Glove por Sandie Shaw, la canción en cuestión...]











martes, 1 de mayo de 2012

En tiempos de engaño

Hay una frase que se repite últimamente mucho por ahí en muros de facebook y demás. Eso sí, con toda la razón. "En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario". La frase es de George Orwell, por cierto, que más que dedicarse a decir la verdad prefería hacer metáforas redondas (que es más entretenido) y pegar tiros día sí día también en Cataluña (que era donde estaba el jaleo por entonces). Pues sí, decir la verdad últimamente es de los más revolucionario. Y más cuando lo políticamente correcto se ha instalado para quedarse definitivamente. Es por eso que volver a revisar Lenny (1974) se hace más necesario que nunca (ahora hay algo en juego que sabe a gloria o derrota eterna). La historia, ya saben, la vida del legendario "cómico" norteamericano de origen judío Lenny Bruce. Y claro, los muchísimos excesos y matices del "personaje", que son fascinantes, con etapas destructivas hasta el hartazgo, amores enfermos (y demasiado humanos), autodescubrimiento y, claro, verdad, mucha verdad, tanta que una gran parte de la sociedad -otra en cambio lo adora por moda o devoción indirecta a lo que representa- lo mete en chirona o le entretiene con la jodienda infinita de los juicios, las drogas duras y el derecho real a decir lo que piensa. Decir la verdad, lo sabrán ya a estas alturas, se debe pagar de algún modo.






Bob Fosse llevó a la pantalla la trágica historia de Lenny Bruce para, supongo, defender eso tan abstracto que es la libertad. Y seguramente acabó en las conversaciones entre vino y queso de los diletantes burgueses de la Gran Manzana, con algo de cocaína en los dedos y revistas de Literatura manchadas de carmín. Porque Lenny parece (o parecía, más bien) una batalla ganada para el futuro y las jóvenes generaciones. Y cosa de los tiempos, la muchas cuestiones que plantea la cinta regresan a la fuerza de nuevo, sobre todo porque nunca se fueron del todo. Y sí, es cierto, hemos perdido mucho en los últimos años, tanto, que a veces uno duda si hemos abandonado el alma o la dignidad por el camino. Ay. Uno es dramático, ya saben. Decía que el sr. Bruce (o un magnífico Hoffman que es una auténtica extensión del genio de Lenny Bruce) no para de hablar, literalmente (la verborrea sin control del monólogo contemporáneo), para recordar a los excluidos (los inmigrantes o los homosexuales), la terrorífica monotonía de la pareja occidental, la corrupción, la hipocresía social e individual, y el esfuerzo titánico de quien se atreve a meter el dedo en la llaga. Y duele, sobre todo ver que apenas hemos cambiado. Poco o nada.











[Lenny, humo, palabras malsonantes y pantalones de campana]








sábado, 14 de abril de 2012

Drive my car into the ocean

Conduciendo, conduciendo hacia el océano, como en esa canción de los Pixies. Olas de mutilación y tal. Y la lluvia que golpea el cristal suavemente y todo o casi todo en silencio. Los otros coches más lentos, formales y evadidos con café con poca leche, azúcar y cocaína. Las gafas sucias por el óxido y un anhelo sin nombre que parece perderse en el asfalto mojado bajo los túneles. Llueve, y con la lluvia todo parece menos grave, o más triste, y en las gasolineras la gente es educada y compra chicles de menta, Kit-Kat o refrescos de cola. Conduciendo hasta ver bajar el nivel de gasolina noventa y cinco octanos. Otra vez. Hasta sentirse perdido en ese laberinto insensible de carreteras con letras y números que nadie recuerda. Llueve y todavía nada ni nadie puede sentir el océano.















[Pixies, de mentes y mutilación]





martes, 3 de abril de 2012

Las leyes de la atracción

Desde hace mucho tengo pendiente hablar de esta cinta. No sé muy bien porqué no lo he hecho antes, la verdad, pero creo que no puede demorarse más el asunto (la revisé el otro día entre nocturnidad y melancolía, y aquí está). Las reglas del juego (en inglés, The Rules of Attraction) es una de mis películas de teenagers posmodernos fetiche (aunque pueda parecer lo contrario, gran parte del cine occidental está dentro de esta categoría). Fetiche, digo, por dos motivos: por estar basada en la novela del mismo nombre de uno de mis más admirados escritores recientes, Bret Easton Ellis, y por ser una película con cualidades inherentes que van creciendo con el tiempo, tanto de fondo (pura anarquía existencial) como de forma, ambas entremezcladas en un agradable juego sin fin. Bueno, toda esta palabrería viene a decir que no me canso de verla, vamos. Visionado tras visionado acabo encontrando parte sustancial de este extraño mundo que habitamos, especialmente -y este es el gran tema del film- rasgos del vacuo deseo humano (llevado, cómo no, a la enésima potencia en el adolescente urbanita con dinero y mucha ociosidad).








Las reglas del juego (2002) -prefiero la traducción que del libro hizo Anagrama, Las leyes de la atracción- es un peligroso e incendiario artefacto creado por Roger Avary, autor también de esa extraña, inquietante y también bella película que fue Killing Zoe, en la que también estaba muy próximo Tarantino o al menos su instinto vital/destructor (de hecho, ahí es nada, fue el guionista de Pulp Fiction y Reservoir Dogs). Digo esto también por contextualizar, porque de este hombre no hemos vuelto a saber más. Y con la escena final del film -ya me contarán- todas las opciones parecen abiertas: un perfecto canto de cisne, un juego posmoderno certero, la muerte del cine comercial que aparenta lo contrario (o al revés, quién sabe), un perfecto análisis sin continuación posible o un simple agotamiento de ideas de Occidente, harto de contar/escuchar la misma historia una y mil veces. Sea como sea, Avary me ha hecho adicto en el tiempo a esta singular creación cinematográfica que, sin ser ninguna obra maestra, despierta aspectos dormidos, preocupaciones latentes y un reflejo deformado de lo que nos hizo así. El dolor de ser adolescente y tal. Ya es hora dar un salto, caer en la cuenta de que desde Rebelde sin causa la mutación joven no ha parado de crecer. El último y mejor retrato posible lleva por título Las leyes de la atracción. Ya lo entenderán.













[Love & Rockets, sentido y sensibilidad]