lunes, 30 de julio de 2012

Negando la mayor


El sistema me confunde. Cada día un poco más. Y lo de los Juegos Olímpicos es el último asalto. Estaba el otro día viendo sin querer (y sin pretenderlo) la gala de inauguración de los Juegos, en pleno año del hambre, y de repente comienzo a escuchar a The Who y su My Generation. Bien, en principio, pienso, revolución contenida y tal (ya es nostalgia oficial, para qué engañarnos), y poco después comienzo a oír otras notas con más rabia... son The Clash. Y entonces la chavalería que anima el cotarro aparece saltando, colorines con brillo y fuegos artificiales.Y vuelvo a meditar: ¿London Calling en unos Juegos Olímpicos? Pues sí, Londres ardiendo. Pero la cosa no queda ahí, no. Estos ingleses no tienen fondo (de tan patrióticos van a ir negando progresivamente el olimpismo). Suenan los Sex Pistols y esa voz inconfundible de Johnny Rotten aparece por los altavoces del bar en que me encuentro (con lo más granado de las letras locales, Xen Rabanal, Vicente Muñoz y Rafael Saravia) y unos cabezudos saltinbanquis con cresta aderazan la canción, en una especie de parodia del punk y épica músico-geográfica. No doy crédito. Pero la cosa sigue, vaya qué si sigue. Estoy digiriendo la versión burda y tonta del punk, y de repente puedo escuchar el Blue Monday de los New Order. Y entonces ya me quemo. Ardo por dentro. Estos no se han enterado de absolutamente nada.





New Order y su escuela Madchester (véase Happy Mondays y demás) es, probablemente, la mayor banda sonora de la drogadicción del siglo XX. Cuando el hombre blanco volvió a bailar lleno de éxtasis, ya saben, y se olvidó de todo. Y claro, eso no tiene mucho qué ver con los valores olímpicos ni nada por el estilo. Pero no contentos con esto se calzan un círculo amistoso en plan We are the world con el símbolo del Acid House. No doy crédito, no comprendo nada, me han pillado con el paso cambiado. Un desconocimiento tal me abruma. Tardo en asimilarlo y tardo en decir algo. Por suerte Xen nos cuenta que hay una teoría conspiradora que dice que van a hacer pruebas con las imágenes televisadas en estas Olimpiadas, en plan subliminal. Añade que hay otra teoría que dice que el príncipe Guillermo es en realidad el Anticristo. Y ya todo me parece posible, lógico, transparente y medianamente tangible. Esto es el fin. Y entonces veo la equipación del equipo español y no me queda ninguna duda. Ese tipo de letra, ese look empobrecido... Tal vez no sea el fin, sólo el nuestro y de todo aquel que nos roce. Amén (así sea) pues.









[O puede que todo sea perfecto. Grises todavía templados en la memoria del Carmencita Festival]









lunes, 23 de julio de 2012

Tiempos oscuros, héroes oscuros


Enésimo film sobre el hombre murciélago, y tercera entrega de la serie Batman por Christopher Nolan. Tercera cinta, digo, y épica final en torno al hombre atormentado y héroe anónimo que parece reflejarse y mimetizarse perfectamente en todas las décadas posibles, el hombre que vigila la ciudad desde las cornisas de nuestros rascacielos imposibles (será por ello que es el superhéroe urbano más filmado de todos). ¿Impresiones? Bueno, difícil no acercarse a las pantallas de los cines a ver al bueno de Christian Bale, enfundado en pseudocuero negro, con la enorme propaganda (incluido el asesino de Denver) y una entrega anterior con la mayor dosis de pensamiento reflexivo en una fórmula comercial reciente (al menos, que me venga a la memoria). Lo del asesino tuvo esos ecos a lo Baudrillard que tanto juego dan a la posmdernidad resabida (realidad y ficción confundidas para siempre, jóvenes que viven permanentemente como huida en un no-lugar (Gotham) y un largo número de diatribas qe darían para un par de libros-puzzle en una buena editorial de filosofía). Eso y y más, claro, aunque ciñéndonos a la nueva historia de Batman, debo decir que estoy un pelín desilusionado. La fotografía sigue siendo enérgica, la acción es ágil y gratificante, hay ideas de fondo acertadas, sorpresas de cuando en cuando...  y, aún con todo, echo de menos a aquel Jocker ingenioso y tocapelotas.



                          



Reconozco un interesante paralelismo con nuestro tiempo, esa insinuación atractiva y culpable por el caos (de nuevo Baudrillard, que ya decía respecto al 11-S aquello de "ellos lo hicieron, pero nosotros lo quisimos"). Y valoro la meditación filmada, aunque no deje de ver en Gotham una agradable metáfora, ya sea ardiendo o congelada (su revés). Aquí hay anarquía par dar y tomar. Pero echo de menos un malo malísimo en condiciones, ya digo, y no este fortachón asmático que le zumba a base de bien sin apenas esfuerzo (el capital tiene más mala leche y, ya lo sabrán de primera mano, es mucho más sesudo). Aunque es disfrutable hasta el hartazgo los fuegos artificiales, los consejos de empresa y esa sálvese quien pueda que ya todo el mundo da por asumido en esta realidad indignada y sin horizonte. Supongo que el último Batman (por el momento) tiene paradojas y contradicciones a doquier, y por ello tal vez sea el mejor retrato posible de este radiante y ópaco pozo sin fondo actual (difícil de asimilar para los mindundis residentes/ presos en él; lo entenderán en cuanto vean en pantalla esa prisión que habitamos todos últimamente y que tanto nos cuesta escalar). Al final, lo que echa uno de menos es la luz, y sinceramente en Batman apenas la veo por ninguna parte. Puede que únicamente en esa pueril cafetería soleada de Florencia. Tanto rodeo para acabar en un tópico. Ay.








[Lips like sugar, ecos y claroscuros]

















martes, 10 de julio de 2012

Young Adult, qué malo es hacerse viejo


Decía Pete Townshend (de The Who) aquello de que no hay que fiarse de alguien de más de 30. Y probablemente tenía razón. Lo peor, claro, es que todos hemos envejecido, y mucho (Townshend incluido, que arrastra todavía su cuerpo sordo por los escenarios). Una vez superada la treintena, las incongruencias, las decepciones y la nostalgia crecen como veneno en sangre. Todo esto viene porque hace muy poco he visto Young Adult. Y tengo que decirlo, me ha entusiasmado. Reconozco que era bastante descreído de ese indie resultón que fue Juno (que se tradujo en varios Oscar y una banda sonora con pegada que ruló por casi todas las manos posibles). Porque si en Juno había efectismo y emociones teen un tanto excesivas y en persecución tramposa de lo cool (por mucho que incluyera a mi adorado Michael Cera, más empanado que nunca), en Young Adult la fórmula de su guionista se ensancha y crece hasta dar como resultado un cóctel con mucho más cuerpo, severo y profundo de verdad, como la propia vida (aunque con más humor; los días, muchas veces, no tienen tanta gracia).




Young Adult es la historia de una escritora demacrada adicta al alcohol y las historias románticas. Tanto o tantísimo que decide ir en busca de su amor de instituto. La cuestión (siempre hay una cuestión) es que el chico está felizmente casado y con una niña. Es ilógico, pero una posibilidad, porque echamos de menos esos tiempos que para nuestra generación -como para la protagonista- estuvieron llenos de MTV y Nirvana. Aquella etapa que creímos perfecta, redonda y sin apenas vueltas a nuestra cabeza. Aunque todos sabemos que no fue así del todo. Lo que ocurre, quizá, es que nuestro presente sea tan retorcido y gris que aquello parezca ahora las mismísimas puertas del paraíso. Nos ha costado crecer. Pero siempre hay a quien le ha costado todavía más (y de eso va el arte, de exagerar y llegar a algún resultado). Mirar atrás y ver en qué nos hemos convertido (si nos parecemos a aquello que tanto imaginamos tumbados en nuestra cama). La "joven adulta" protagonista (una estratósferica Charlize Theron que merece hasta el último premio cinematográfico ideado por el hombre) se siente sola, desorientada e infeliz. El pack completo del ciudadano medio de las grandes urbes atestadas e individualistas. Y para conseguir la felicidad (esa que prometen los manuales de autoayuda) vale absolutamente todo: herir a los demás, ser cruel, aparentar solidaridad o volverse completamente egoísta. Olvidando que ese es justo el camino contrario para conseguirlo. Y en esas estamos desde entonces en Occidente. Pero mientras se viene abajo el imperio, no dejen de ver Young Adult. Una fábula (muy real) de nuestro tiempo.












[The Breeders, aquellas chicas y aquellos (agradables y mitificados) 90]










jueves, 5 de julio de 2012

Macaulay Culkin y fotos de presidentes muertos





Macaulay Culkin está más blanco que nunca. Creerme. Parece un espíritu lejano, distante, un olvido cruel de aquel niño sonriente que gritaba mucho y bien (mi hermano pequeño repetía en casa sus películas una y otra vez y por eso me las sé segundo a segundo, casi de memoria). Aparece cabizbajo y con el pelo ralo en los periódicos. Terry Richardson lo recicló hace tiempo y también se olvidó de él. Pienso bastante estas cosas en las terrazas frías de la ciudad, mientras sonrío ligeramente y como aceitunas en el Belmondo. Tenía mono de escritura (demasiado jaleo con este calor torpe de junio y julio, muchas presentaciones y pocas horas de sueño). Sin sueño parezco menos vivo. Supongo que la felicidad es sentirse pleno, y eso requiere horas de cama (en todos los sentidos). Han descubierto el bosón de Higgs ("el pegamento de la materia", dicen, qué grandísimo concepto, ay) y la luz de mi baño no deja de parpadear por mucho que la arregle. 

Reviso Clercks y escucho esas producciones agradables e imperfectas de Joe Meek. El mundo puede ser muy sencillo, la música puede ser muy sencilla, en blanco y negro y sin grandes pretensiones de cambiarlo todo. Fotos de presidentes muertos. Y una sonrisa como flotador de tercipelo. Adoro ver reír. Llevó mucho tiempo con el mismo libro. Convivo con cierta poesía y esa tardes largas que acaban de noche, con la mesa sucia y los espejos con marcas. Marcas con un nombre que no borro, como arqueología del pasado reciente. Y esa sensación de cansacio agradable, pesado, como un muerto amigo que convive con uno. Y luego, no sé porqué, me viene Nadia Comaneci a la cabeza, como una figura sagrada, una santa de mi pasado (lleno de películas, noticiarios y cómics heredados). Las horas caen de un lado porque tú estás de ese lado.












[Estilo de felicidad Ellis]