
Todo ello me hace pensar que hemos llegado a un punto de no retorno. Con la justificación sistemática del "todo vale", nos la han colado vilmente, como a unos niños que se creyeran a pies juntillas las reglas deformes del juego. Belén Estebán es la punta del iceberg, la de una idiocracia plenamente asentada, donde pensar está castigado, y donde dos españas (sí, y no las de tipo político que llenan los rotativos con intereses en mantenerlas) se dejan ver a las claras: una, la de los que creen que reflexionar hace crecer al individiduo y, otra, cada vez más creciente, donde tras horas alienado trabajando llega a casa, pone a sus hijos a jugar a la videoconsola y él o ella (es indistinto) se ponen frente al televisor a ver a la Estebán de turno, engordando día tras día, creyendo que el mundo es así y no merece, ni es posible, cambiarlo. No solo es anulado, sino que, paradójicamente, acepta encantado ser anulado, soltando, mientras tanto, frases del tipo: "Sólo quiero desconectar", "No me apetece pensar" o, la mejor, "Si lo ponen será que la gente lo ve". También, ay, Hitler fue elegido democráticamente.
Asi me gusta. Con la puta verdad por delante se llega lejos.
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