miércoles, 18 de febrero de 2009

Oh, yeah: la revolución pop

Existe la creencia popular, bastante paradójica, de que el pop es algo simplón y escasamente elaborado. Lo cierto es que no, especialmente desde finales de los 60, cuando la música popular gana en matices (más, al menos, que en décadas anteriores). Podría decirse que ha enriquecido sus propuestas con planteamientos conceptuales y arty y con la consiguiente búsqueda de una comunión musical global con el ciudadano de a pie. No es casualidad tampoco que figuras como los Rolling Stones llenen estadios y vendan millones de discos año tras año después de tanto tiempo de haber caído musicalmente en picado. Tocaron algo, movilizaron emociones (en el caso de Sus Satánicas Majestades muchas de carácter sexual) que agitan a todo individuo actual y futuro, pero sobre todo presente y eterno. Debería hacer pensar que Beatles o Stones ya aparezcan en libros de Música de muchos escolares.

El pop está aquí, desde entonces, para quedarse. Apenas dos minutos y el mundo posee pleno sentido. Una melodía, algo que podrá repetirse casi idéntico minutos después y que vive instalado como un tatuaje mental. Quizás la música popular es la forma definitiva de poesía. La democratización de la misma. La música clásica (bueno, Elvis ya sin matices, es un clásico contemporáneo) exige muchas veces un proceso de intelectualización. El pop (sólo alguno, claro) ha introducido sus elementos en cualquier estrato social, convirtiendo a otras músicas en elitismos carentes de sentido y puramente huecos. Con eso no digo que escuchar música clásica sea un error o no sea válido. Ayuda a la comprensión del individuo musical, y mucho. Pero sería como decir que sólo Velázquez es válido (cuando además hay quien posee esa actitud) y que el resto son simples aficionados. No querer ver lo fundamental de Duchamp no quiere decir que no lo sea. De todos modos, la creación puramente contemporánea es la música popular y creo que sería difícil aportar datos concluyentes que demostraran lo contrario. La otra, la de corte clásico, posee desafortunadamente connotaciones clasistas que no seré yo quien desmienta y que ha alejado a mucho de su posible público. Poner en duda hoy a, por ejemplo, Suicide, sería como hacerlo con Pollock en un terreno como el de la pintura. Sería además no entender que está pasando en un mundo moderno y cambiante. Negar el ruido, la contaminación, el caos diario, los delitos…Algo como no aceptar los cambios y acabar creyendo que el mayor logro humano queda, pongamos por ejemplo, en la Edad Media es casi cómico. Puede que sea un desastre, pero quizá porque nosotros seamos un desastre. No hace más que reflejarnos. Lo otro es negar lo que somos.

El punk, pongamos otro caso, es el mayor acto subversivo desde la Revolución Francesa (y que conste que no es una idea nueva, Greil Marcus lo demuestra a la perfección en su Rastros de carmín). Un potencial arrojadizo y subversivo ampliamente demostrado. Esa evidencia (véanse los 60 y los 70 y sus respectivas revoluciones fracasadas) muestra como ambas líneas estaban íntimamente unidas y como con el auge de una hacia crecer la otra. Eso es historia. Música popular y cambio. Nadie, creo, se plantea algo demasiado revolucionario con Haendel (teniendo en cuenta que el cambio es positivo, claro). Bethoven o tal vez Wagner sean la excepción (Apocalypse Now demostró ese potencial actualísimo). Sobre todo porque poseían una validez juvenil y transformadora. Eran visionarios de lo impredecible de la energía en la música. Ya decía alguien que el primer punk fue uno de ellos.

Luego ocurre algo más paradójico si cabe. También se ha creado una línea dentro de la música popular con clara vocación elitista. Música que a veces uno transita. Especialmente porque las listas de éxitos parecen de risa. Eso sí, están desvirtuando un potencial que se pierde, pongamos otro caso, en las monerías y pechos recauchutados de Mariah Carey (y que conste que no es la peor del panorama). No es que tenga nada de malo, sino que sería como tener la bomba atómica y meter en su interior flores marchitas. Baja tolerancia a los elitismos pues. La crítica impulsó demasiado (para compensar muchas otras carencias) un modelo de creador musical que bajo la coartada de lo popular acababa haciendo algo de difícil comprensión, por no decir un ejercicio sin sentido (y no me refiero al ruido, quizás la penúltima y gran revolución musical). El futuro, y esto es un juicio personal, está justo en ese extraño lugar donde se une cierta calidad y proximidad emocional con el oyente. Puede que la bomba atómica que nos llegue a todos esté ahí. Y ese es un pensamiento generacional. El de una generación que tal vez cree que toda la sabiduría moderna (la poca que existe) está encerrada en eso que hemos venido a llamar pop.



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