La verdad por delante. Tetro no es la gran película de Coppola. Ni mucho menos. Tiene la mano del maestro, es cierto, pero está lejos, muy lejos, de la capacidad impecable del italoamericano. No soy devoto de Vincent Gallo, pero hay que reconocer que es de lo mejor de la película. Verdú simplemente se convierte en pasable, como si no pegara del todo con la historia (es más, no se profundiza apenas nada en su personaje). Aunque quizás lo más terrible sea una Carmen Maura estirada, demasiado almodovariana en la pampa, cogida por hilos, y que resulta más bien una mala caricatura, un personaje en busca de autor. Puede tener el terrible mérito de ser el personaje de Coppola con menos profundidad de toda su filmografía (y Maura no parece la culpable, o tal vez sí por prestarse a ello). Atrás quedan la magia épica de Apocalypse Now, los abismos del corazón humano de El Padrino o esa pequeña joya que nadie debería perderse, La ley de la calle, con la que entronca esta narración en su tratamiento visual (blanco y negro, y algún guiño multicolor, como contraste), dos hermanos en una particular búsqueda personal, la rivalidad y el deseo. De eso va Tetro, pero con menos garra y algún que otro descuido.
Le sobran capas a este film. Por ejemplo, sobra un guiño a la Califata (la radio creada para dar voz a los enfermos mentales sin voz), que parece una lectura rápida en un semanal durante un vuelo Nueva York-Buenos Aires. Pero también hay equipaje perfecto, imprescindible (que salva buena parte de la historia, y que justifica su misma existencia), un hermano del protagonista deslumbrante (el existencialismo teen es desde hace mucho una de mis debilidades, lo que unido a una iniciación amatoria fantástica, salva muchos de los baches ya citados). Creo en el personaje de Gallo, en ese reflejo en los glaciares, en la creación escrita como uno de los pocos medios de salvación personal (acabe o no en formato libro), creo en la verdad, en lo terrible de cierta parentalidad, y cómo no, en un Coppola que aun en momentos bajos me hace sentir que todavía merece la pena contar historias. Incluso con fallos. Ya lo decía alguien, hasta los genios se equivocan de vez en cuando. Tal vez más que la mayoría.
[No Age, aciertos noise de otro tiempo]
NOVELA: Javier Mateo Hidalgo.
Hace 3 horas
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