

¿Tantos halagos y de tantas personalidades merece esta historia? Sí y no. Intentaré explicarme. Pánico al amanecer contiene uno de los arranques más portentosos e inteligentes que he leído en mucho tiempo, es innegable. Uno lee sus primeras páginas y se siente deslumbrado, como haber descubierto una callejuela diferente a ese alma confusa del individuo del siglo XX (y por extensión también del s. XXI). El desierto, la apuesta radical, el viaje, el alcohol... son elementos comunes, extensiones y posibles soluciones (falibles o no) a la soledad, el dolor o la frustración vital. Porque de eso va Pánico al amanecer, de un terrible diálogo interior ante una realidad exterior sumamente lesiva. Una historia de terror, sí, pero del peor, del que habita dentro. De hecho, me recuerda horrores a ese otro fantástico libro-llave que es Hambre de Hamsun. Tienen los dos en común cierta lucha personal ante las adversidades, siempre autodestructiva, en busca de eso tan complejo que es la supervivencia para el que no sabe sobrevivir. Luego, y hay llega el problema, se pierde en situaciones más vacías, menos reflexivas, de un surrealismo más superficail y menos fluido (a veces roza lo ridículo la caza por el desierto o el contacto amoroso con la chica, nada comparable con el ambiente mental de las apuestas iniciales), que nos alejan de ese autodiálogo que parece recordarnos nuestro propio abismo o su contorno. El personaje va, vuelve, se mueve (como el ratón en el laberinto), sin darse cuenta de que de quien no consigue huir es de sí mismo. Lo que intuíamos, el enemigo estaba dentro. Un espejo.
[Nick Cave & the Bad Seeds, preguntas sin respuesta]