domingo, 27 de febrero de 2011

La conocí fumando

A E. G. C.

La conocí fumando.
La conocí mirando al vacío,
no pensando en nada,
suspirando.

Yo era un chico frágil
que se creía fuerte.
También fumaba.
Lucky Strike o Fortuna,
depende de las propinas.

Salí con su amiga
y no funcionó.
Probé el mundo entero
y no funcionó.


Ahora no fuma,
me besa despacio como si fuera
un cigarro blando.

No me usa
como las demás.
Por eso
sueño con ella
mientras bebo o escribo
a altas horas
de la madrugada.

No espera esto,
por eso lo merece
más que nadie.





[Sensaciones agradables con Stereo Total. Hora: 0:14 horas]



domingo, 20 de febrero de 2011

¿Sin escapatoria?

Esta época confusa tiende a hacernos creer que ofrece las cosas por primera vez. Nada más lejos de la realidad, por supuesto. Y las series de televisión no son una excepción a esta regla. Desde Perdidos a cualquier otra trama inteligente reciente, casi seguro tendrá mucho de influencia de esta serie de culto de los 60, El Prisionero. Parodiada hasta por por Los Simpson, sus espectadores nunca han conseguido borrarla de sus cabezas. La idea es sencilla, pero abrumadoramente ingeniosa: un hombre que trabaja para el gobierno británico posee información muy valiosa; no se sabe por qué motivo deja su trabajo, lo que hará que una organización lo secuestre en un lugar llamado La Villa de donde no podrá escapar. Los métodos para lograr esa información y su no huida son extraídos de una mente entre drogada y psicótica. De hecho fomentará mucho sus paranoias personales. Seguro.


La serie tiene una ambientación sixtie de lo más particular. Vestidos multicolores y bolas perseguidoras (este tema, sinceramente, es para quedarse con la boca abierta), además de la no existencia de nombres y sí de una numeración de las personas (el protagonista grita: "No soy un número, soy una persona libre" como un mantra durante el comienzo de todos los capítulos). Alienación total sacada de muchos de los avances de la época en psicología y la imaginación más desenfrenada. Un recomendación audiovisual para meditar en tiempos de pensamiento único. Intenten escapar. Puede que lo consigan.






[Imágenes pertenecientes a la serie. Imprescindible]


domingo, 13 de febrero de 2011

Pensando mientras golpean

Parece que el tema de la mayoría de los blogs en estos últimos días ha sido la carta de Santiago Sierra. Me refiero a la carta de rechazo del montante en euros. Porque si sólo hubiera rechazado el galardón en sí y su filosofía no hubiera tenido apenas repercusión. Lo que en este país no entendemos es que alguien no acepte dinero. Roza lo inaceptable y nos pone al descubierto a todos. Supongo que es fácil ser héroe o demonio, depende de la mirada en cuestión (los dos polos son defendibles en este asunto). Sartre rechazó el Nobel y los estudiantes no estuvieron de su lado en el 68 parisino. Pero bueno, no es de lo que me apetece hablar. Pasen por mis adorados Onirocríticos que tendrán una visión más amplia del tema.

Quiero hablar de boxeo. Sí, eso es. Un deporte que parece de salvajes y que para mí no lo es en absoluto (cuando pienso en este tema siempre me viene a la cabeza al poeta-boxeador Arthur Cravan). Saco el tema porque acaba de estrenarse The Fighter, una película con altibajos en ese siempre resbaladizo y semimarginal mundo que rodea a lo pugilístico. Aunque a veces rocé lo absurdo, me he vuelto a ver metido en una pelea (la pantalla grande lo consigue fácilmente). Y debo decir algo. Me gustó. Y mucho.


Pocos a mí alrededor comprenden mi pasión por el boxeo. En un momento de la cinta el protagonista asegura que el noble arte es "como el ajederez". ¿Y saben algo? No me parece nada exagerada la afirmación. Es muy difícil llevar una estrategia mental mientras los puños de otro caen sobre tu cara o tus riñones. Se necesita autocontrol y confianza. Muchísima. Es un deporte mental y físico, muy exigente además, y que The Fighter nos ha venido a recordar. El problema viene con los años y los múltiples golpes en la cabeza. Los peligros de jugar duro. En el fondo, el fútbol o el baloncesto me parecen cosa de críos al lado de esta intensidad. Me alegra ver cine sobre el tema. En los últimos intentos ha habido de todo. La reciente Cinderella Man era un tanto multicolor Hollywood. Me quedó con esta última, pese a sus errores, tiene algo de humanidad, y eso es justo lo que más falta nos hace a todos últimamente (sí, el boxeo tiene mucha humanidad a su alrededor).





[Luna, uno de los nombres insignes de los 80 más bailables (el grupo era de Ponferrada). Ecos de OMD o Visage en un tema que se repite una y otra vez en mi cabeza]



lunes, 7 de febrero de 2011

Hipernovísimos

Debo reconocerlo ya. Esperar más podría prolongar el problema. Estoy alucinado con las nuevas generaciones de autores. Estoy viendo como gente de apenas veinte años me está sorprendiendo diariamente con líneas que parecen llevar experiencia de décadas. Una cosa es la precocidad (más o menos entendible, siempre existió, con Radiguet o Rimbaud como grandes nombres) y otra el talento torrencial asiduo a sus mentes, lo que me hace recordar/asumir mi veintena literaria como presuntuosa, escondida (casi nada salía de mis cuadernos; incluso la primera cosa que publiqué fue bajo seudónimo), a la vez que avergonzada ante amigos y conocidos. Esos nombres, entre los que se encuentran Álvaro Acebes, Adriana Bañares o Luna Miguel, son algo más que aire fresco, son una corriente tsunami que arrastrará a los medianamente puretas como yo a un rincón de este cuarto sucio que es el escribir. Merecidamente, además.


Todo esto viene porque recientemente he escrito el prólogo a esa maravilla que es La niña que arrastraba un globo roto de Adriana Bañares. Una fina joya de pastas verdes que deberían poseer/leer pronto como el penúltimo fetiche de una gran autora que siempre consigue provocarnos con su mirada naif y lúcida. Bien por ella. Y bien por Álvaro Acebes y su ingenio de detective con chaquetón largo (estamos todos boquiabiertos con su Gracias a Dios). Y por supuesto con Luna Miguel, reconocida oficialmente con una columna más o menos periódica en el diario Público. No habérsela dado sería insultarla (una de sus columnas la recorté y guardé; hace años que no hacía algo así). Lo dicho, que estas nuevas generaciones tendrán que ponernos en breve unos Dodotis tamaño XL para controlar nuestra vanidad-incontinencia y nuestro mal entendido geriátrico de las letras. No lo duden, el futuro es suyo.







[Dean Martin y Frank Sinatra disfrutando de este "Marshmellow World" con cigarrillo incluido. Vídeo aportación de Javi O., que me tiene muy re-educado en esto de las viejas grandes figuras. Todavía es inevitable aprender algo del que lleva consigo alguna cana más o menos disimulada]