
Reivindico como receptor y apasionado lector esta colección introspectiva de relatos fantasmales que es El Merodeador. Aquí aparecen fragmentos de Pavese, de su adorado Bernhard, Pessoa o el mismísimo Cervantes, confirmando esa impresión que tuve de adolescente de que la verdadera literatura se parece mucho a la vida, por no decir que es la propia vida. Eso lo sabe a la perfección el bueno de Vicente Muñoz, que ha hecho de la literatura su residencia habitual, su lugar de esparcimiento y sufrimiento (siempre dice que esto de escribir es una carrera de fondo que desgasta mucho las zapatillas), ese espacio extraño donde ver reflejados nuestros propios espectros y la mejor/peor cara de nosotros mismos (que es la que interesa de verdad a las palabras, pues ya se sabe que son ellas las que nos utilizan a nosotros y no al contrario).
El padre del underground leonés se convierte aquí en un autor centroeuropeo que crea un sustrato divergente, una educación sentimental con el futuro y lo eternamente joven y arriesgado, un diálogo igualitario con nuestros temores más escondidos y que solemos esconder bajo capas de autoengaño. Evidenciando (una vez más) que la literatura es un eterno contrato de sangre con el diablo, una enfermedad de difícil cura. Aunque ya se sabe, la eternidad sólo sonríe cómoda ante los valientes. Normal pues que siempre firme con V, V de victoria, claro está.
[ Lloyd Cole & The Commotions, la sensación de crear un clásico]