Reencontrarse hoy con
Trainspotting es hacerlo con ese cine reciente que pretendía desmontar el mundo (si eso puede ser vagamente posible) y de paso observar, a ratos con sonrisa incrédula a ratos con algo de amargura, al joven límite de aquellos terribles (y magníficos) noventa. Probablemente la cinta no derrumbó nada (a lo más, sirvió de pseudoeducación marchita en materia de drogas en más de un instituto). Todo continuó su marcha exactamente igual, pero hete aquí que la vida ha ido dando giros y encontrarse de nuevo con algunas de sus escenas tiene mucho de valor anticipatorio. De ahí, claro, ese especie de conversión progresiva en clásico contemporáneo (no sólo por sus mayúsculas cualidades artísticas).
Una revisión a estas alturas es necesaria, incluso imprescindible para comprender cierta evolución en las formas y derivas actuales (principalmente nuestras formas y derivas actuales, ya se habrán dado cuenta que lo de la droga es sólo uno de los pequeños temas a tratar). Pongámonos en antecedentes.
Trainspotting, cuando menos, fue un hito comercial/existencial de los noventa y una referencia innegable de mi generación y aledañas (como también lo fue su impagable banda sonora, que la mayoría nos conocemos al dedillo). Recuerdo con total claridad ver ese póster naranja y blanco en la mitad de las habitaciones de estudiantes que conocí, y no porque fuéramos
yonquis o pretendieramos serlo (a la mayoría nos revolvía las tripas un simple análisis de sangre). No, ya digo, no era eso. No creíamos, ni mucho menos, en la marginalidad (al contrario, de aquella pensábamos que el futuro era nuestro a placer, nos las prometíamos paradigmáticamente felices). Andábamos detrás de otras historias. Pero la cosa, ya saben, se torció.
Y es ahí justamente donde reside el mayor valor actual de
Trainspotting (amén de su ironía posmoderna, diálogos sobresalientes y más de una broma instalada en el imaginario colectivo). Su principal valía es la profunda predicción global de la cinta. Ese comienzo ("
Elige la vida. Elige un empleo...") no era más que un aviso amargo que se nos hacía a una generación ingenua, medianamente caprichosa y acostumbrada a que las cosas salieran siempre bien.
Trainspotting lo insinuaba (
te la van a jugar, amigo), y cosas de entonces, reíamos y repetíamos ese extraño escupitajo de cualidades literarias -sigue siendo plenamente reivindicable la novela de Irvine Welsh- con un algo de alivio en nuestra maltrecha vida (nada comparable con lo que se nos avecinaba, claro).
Ahí estaban los toques de atención con el desempleo, el asunto de hipotecar vidas (e inmuebles), desencanto, parejas que no funcionaban, dolor, la gilipollez general (que era la nuestra), la violencia, el derrumbe de las amistades... Todo compensable con nuestra juventud y nuestro inmenso deseo de merendarnos el mundo. Mark Renton no era más que un chiquillo despierto, pensábamos (como podríamos serlo nosotros). Y no, no era eso, Renton era un jeta, un perfecto egoísta que ya entonces no creía en nada. Al final ni siquiera en drogarse o evadirse de esta irrespirable realidad. Sólo el dinero, el maldito dinero, una vez más.
Trainspotting era (y sigue siendo) un toque de atención con las odiosas reglas del juego. Al poco Iggy Pop ya estaba vendiendo su pecho brillante a una marca de perfume muy
chic. Otro intento fallido. Y la mayoría sin enterarse.
[Desde las cloacas de Escocia al corazón de Occidente. Trainspotting, un sorprendente aviso de la Historia]
Estoy deacuerdo con tu visión y me encanta que me recuerdes que todavía hay, o hubo, tipos que rompían, o intentaban romper, barreras psicológicas dentro de este dominó que es la sociedad, autores con los que nos identificábamos y con los que, excitados, gritábamos FUCK THE SYSTEM!!!!
ResponderEliminarNosotros, que en los 90 fuimos la generación que eligió que quería estudiar, que eligió como y cuando divertirsse, que eligió que quería ver y leer y ... que se suponía iba a elegir en qué iba a trabajar... que ilusos, que placebo nos vendieron... que matrix...
Pues no, ahora somos los que pierden el culo por un trabajo con un sueldo y una calidad indigno para todas las generaciones pasadas, somos trabajadores 24 h low cost en la trampa de la oferta y la demanda laboral... Que gran trampa, que obra maestra del capitalismo, que forma tan sibilinamente genial de domarnos y someternos, que triste fin para nosotros, los dueños de nuestro "futuro".