Llevo despierto más noches que días. Tengo ojeras y pocos deseos. Vivo dormido. Como una larga canción letargo que sabe a sal o labios secos (tal vez esta de El Perro del Mar). He visto últimamente de todo por ahí, alargando las palabras como suspiros de insania y deformidad. He llorado por aquí, sí, y luego las palabras parecían menos útiles, objetos de decoración que no decoraban nada, lámparas sin luz ni reflejo. Lanzo otro libro y la verdad parece más distante, lejana, como un cuerpo perfecto de mujer perfecta. Ganas de vomitar, de dormir, de no comer tanta comida basura y discos y libros que parecen guardar secretos y que luego, únicamente, alargan o pulen a cera las preguntas de toda la vida . Me cruzo conmigo mismo y no me reconozco, apenas levanto la vista y una de las cejas. Varias noches en el Nasti y esas mañanas que parecen la misma, repetida como un espejo (siempre digo que el Nasti está peor, pero acabo en el fondo de ese mismo sótano sucio y masificado). Viajar en metro. El olor a mar de Madrid. Ya decía alguien que "Madrid es el paraíso, si consigues soportarlo". Pero yo no lo soporto. Y regreso a esta ciudad-isla con nombre de fiera y ritmo de burgués o aristócrata inmóvil. León, ay. Y manos y abrazos de los que no reconoce uno el origen. Mi libro y mi cara en las fotos. Continúo sin verme. Alguien me abraza y me clava suavemente un hombro en el pecho, y todo parece menor, más ligero, un juego, una película mal rodada y poco presupuesto (este país es una película tibia, sin dinero y mucha palabrería). Apenas se lee, y mientras, los balcones aparecen llenos de banderas en un último acto de orgullo y testarudez. Todo nace y muere con cada nueva Madrugada...
[Y esta melodía que se me repite dentro como un mensaje secreto...]
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