La realidad juega a base de agotamiento, de sueño que se supone reparador, de un gesto hueco a la mañana con el vecino de gafas. Como decía Sartre, el problema son los demás, lo que ocurre es que sin los demás no seríamos nada: como mucho una máquina que respira y hace poemas en sus ratos libres. Aunque uno suele acabar por pensar -los errores son persuasivos y persistentes-, que si tuviese tiempo y menos trabajo sería un gran escritor. Cuando la verdad supone (supondría) reconocer que uno es alguien que se esfuerza, ofrece cosas mejorables de uno mismo y se va quedando sin nada. Ser Escritor en mayúsculas es, no lo olvidemos, dejarlo todo, decir adiós a las labores alienantes, a las caras largas, a los enfados de media mañana, a la neurosis que invaden las oficinas, a la ansiedad patológica, al agotamiento de vivir en la farsa y la hipocresía, al desasosiego... Todo eso, claro, es decir adiós a un sistema que se mantiene por inercia. Saludar, como un simio guapo, a la libertad de crear. Porque el que crea, por el simple hecho de hacerlo, es un poco más libre. Un humano de buen diseño y como dicen los norteamericanos raros, quizás, de diseño inteligente y ateo. Probablemente hemos nacido para crear (como los lobos para aullar). Como todos esos dioses de las mitologías clásicas que acaban por tener muchos errores, castigos severos y buenas intenciones.
NOVELA: Javier Mateo Hidalgo.
Hace 15 horas
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