lunes, 27 de abril de 2009

La vida, ese pedazo de...

Ayer mismo lo leía en una revista popular, masiva y entretenida. Venía a decir algo así como que los pesimistas están más cerca de la verdad, pero son menos felices. Por certero y por aparecer en papel couché me pareció más verdad. Supongo que sí, que cuando pienso que todo esto es un buen pedazo de mierda no esté demasiado equivocado, pero no se puede vivir con ello. Nos engañamos, continuamos, chocamos con otra verdad y como un ciego listo evitamos chocarnos otra vez (bueno, sólo a veces lo conseguimos).
Decía alguien, y siempre en estos temas me viene a la memoria, que objetivos sólo pueden ser los objetos, no las personas, nosotros nos tenemos que conformar con ser subjetivos (aunque conformarse no va con los hombres, ¿verdad?). Por eso mismo creo que la verdad no lo alcancemos nunca, quizá un simulacro, no mucho más. Algo medianamente asible unos instantes, algo entre la poesía y la filosofía, entre la música y la psicología (porque la variable comportamiento es demasiado importante).
Últimamente me sorprendo rechazando muchos libros, yo que leía hasta la última letra de la caja de cereales y el champú anticaspa. Uno se va haciendo descreído hasta de los que tienen la oportunidad de decir algo (y que conste que el autor de los lomos de la caja de cereales podría hacer intentonas de literatura). Uno se va conformando con tener un libro bueno sobre la mesita, otro tal vez mejor en la pequeña biblioteca y uno posible en las librerías. Parece poco, pero no lo es. Lo demás sería exceso. Lo que ocurre con todos esos libros es que vienen a decir que el propio proceso de crear ese libro ha hecho más soportable la vida. Y así uno entra en una extraña paradoja. Lee los libros de alguien que sobrevive, que a su vez lee los libros de otros supervivientes, que, claro, leyeron a otros supervivientes… y así comienza otra religión, la de los libros, que por lo común no es menos peligrosa (pasa algo parecido con el alcohol). Es en ese momento, justo en ese, cuando uno es consciente de ello, cuando entra en esa extraña droga que son los libros. Irremediablemente.




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