Hay una frase que se repite últimamente mucho por ahí en muros de facebook y demás. Eso sí, con toda la razón. "
En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario". La frase es de George Orwell, por cierto, que más que dedicarse a decir la verdad prefería hacer metáforas redondas (que es más entretenido) y pegar tiros día sí día también en Cataluña (que era donde estaba el jaleo por entonces). Pues sí, decir la verdad últimamente es de los más revolucionario. Y más cuando lo políticamente correcto se ha instalado para quedarse definitivamente. Es por eso que volver a revisar
Lenny (1974) se hace más necesario que nunca (ahora hay algo en juego que sabe a gloria o derrota eterna). La historia, ya saben, la vida del legendario "cómico" norteamericano de origen judío Lenny Bruce. Y claro, los muchísimos excesos y matices del "personaje", que son fascinantes, con etapas destructivas hasta el hartazgo, amores enfermos (y demasiado humanos), autodescubrimiento y, claro, verdad, mucha verdad, tanta que una gran parte de la sociedad -otra en cambio lo adora por moda o devoción indirecta a lo que representa- lo mete en chirona o le entretiene con la jodienda infinita de los juicios, las drogas duras y el derecho real a decir lo que piensa. Decir la verdad, lo sabrán ya a estas alturas, se debe pagar de algún modo.
Bob Fosse llevó a la pantalla la trágica historia de Lenny Bruce para, supongo, defender eso tan abstracto que es la libertad. Y seguramente acabó en las conversaciones entre vino y queso de los diletantes burgueses de la Gran Manzana, con algo de cocaína en los dedos y revistas de Literatura manchadas de carmín. Porque
Lenny parece (o parecía, más bien) una batalla ganada para el futuro y las jóvenes generaciones. Y cosa de los tiempos, la muchas cuestiones que plantea la cinta regresan a la fuerza de nuevo, sobre todo porque nunca se fueron del todo. Y sí, es cierto, hemos perdido mucho en los últimos años, tanto, que a veces uno duda si hemos abandonado el alma o la dignidad por el camino. Ay. Uno es dramático, ya saben. Decía que el sr. Bruce (o un magnífico Hoffman que es una auténtica extensión del genio de Lenny Bruce) no para de hablar, literalmente (la verborrea sin control del monólogo contemporáneo), para recordar a los excluidos (los inmigrantes o los homosexuales), la terrorífica monotonía de la pareja occidental, la corrupción, la hipocresía social e individual, y el esfuerzo titánico de quien se atreve a meter el dedo en la llaga. Y duele, sobre todo ver que apenas hemos cambiado. Poco o nada.
[Lenny, humo, palabras malsonantes y pantalones de campana]